El incipiente amanecer la descubrió con las alas mojadas y abiertas, encima de la inquieta boya.
Había pasado la noche en alta mar, al reflujo salobre de la intemperie y ahora se encontraba entumecida y hastiada. Un solo pescado fue todo su sustento y compañía, pero ni siquiera le dio dos picotazos. A la vista se le hacia insípido, inconsistente y rutinario.
Muchas veces pensó en no volver a la costa, aquella que la acogía sin preguntas pero también sin respuestas y, al contrario que anoche, nunca se atrevió a esperar sin refugio durante tanto tiempo.
Parecía que algo había cambiado de verdad en su indecisión, pero en el fondo temía que una vez las alas secaran tuviera la tentación de echar a volar de nuevo en busca del nido protector.
¡Cuantas noches se arrulló en la orilla mansa! Junto a la resaca fláccida de las olas, acurrucada como un blanco papel sobre la rubia arena, mirando horas y horas a lo lejos, hacia el penumbroso horizonte, hacia aquella línea mágica que parecía atraerla peligrosamente y le hacía sentirse invadida por un profundo temor pero que, al tiempo, la sabía inevitable destino.
Pero era ponerse el sol e invariablemente volver a la seguridad del agujero en la roca.
Fueron tantas noches. ¡Tantas…!
Se sintió muy cobarde.
Pero en su defensa, era un miedo racional. Era probable que una vez alzara el vuelo hacia la fatídica línea ya no tuviera la posibilidad de regresar.
Aunque en realidad, no regresar no era su autentico miedo:
El verdadero temor era no poder llegar.
Se quedaría atrás de sus compañeras aves y vería como se distanciaban de ella sin contemplaciones. No llegaría a descubrir los maravillosos secretos que guardaba aquella misteriosa división entre el mar y el cielo que hacia que sus vecinas volvieran una y otra vez pertinazmente cada amanecer; Esto era algo que la obsesionaba y la trastornaba de curiosidad.
Ahora ya faltaba poco para que el sol despuntara.
En breve, las vería planear por encima de su testa dirigiéndose al ansiado destino.
¿Y ella que haría?... ¿Quedárselas mirando como cada mañana?
No.
¡No, no, no!
Hoy no va ser un día más. Hoy va a ser “EL DIA”.
Se sacudió los últimos restos de agua salada de las puntas y desplegó las alas al viento; Inspeccionó decidida el cielo.
Con las nacientes luces del amanecer vio como la sobrevolaban las primeras bandadas de aves en estrecha formación, ordenadas, aparejadas.
Entonces sus largas y torpes patas patas titubearon. Sus alas le transmitían un temblor nervioso que la inquietaba y también la excitaba. Su corazón latía con la fuerza desenfrenada que genera la emoción y el miedo a lo desconocido.
Pero ya estaba decidida. No hay vuelta atrás.
Alzó el vuelo y sus aparatosas alas la dirigieron velozmente hacia las gaviotas de cola de aquel grupo.
Se sentía poderosa, valiente y con fuerzas, aunque en el fondo tenia la angustiosa certeza de que no finalizaría el viaje. En su interior sabía que era imposible. Pero eso ya era una cuestión del pasado. En su presente solo existía el lejano horizonte coronado por un sol tan enorme y luminoso que se le antojaba completamente distinto.
Se aproximó y se colocó en paralelo, ante la mirada asombrada de las otras aves.
Ser una garza entre gaviotas no era lo normal…¡pero que más da!
Arrumbó hacia el horizonte y nunca más volvió la vista atrás.
Iba a realizar por fin, un sueño.
- Garza -
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