Camino con lentitud, sin ninguna prisa hacia el baño de la primera planta. Al bajar las escaleras que dan a la sala, me percato de que en el sofá hay alguien… sentado. Me detengo en el penúltimo escalón a observar al sujeto. No sé en realidad si es una persona, pero, ciertamente, parece una. Su mirada se dirige hacia la ventana con las ramas del guayabo. Continúo mis pasos, trato de no provocar ningún ruido, luego tomo el atizador de la chimenea para usarlo contra “la persona”. Me abalanzo hacia ella y tiro el golpe con todas mis fuerzas. ¡No le he dado! ¿Cómo? Aquí… no hay nadie. ¿Ha sido mi imaginación? No lo creo, aunque mi sanidad mental no es la mejor, puedo asegurar que no me inventé lo que vi. ¡Lo he visto! Se desvaneció ante mis ojos. Esto no está bien; no lo ha estado desde el fusible perdido. Me he sentado en el sofá donde estaba la supuesta persona. Coloco mi cabeza sobre mis rodillas y me surgen sollozos. La posibilidad de estar volviéndome un demente, o de padecer alguna enfermedad mental me devora por dentro. Mis sentidos me engañan ahora. ¡Vaya treta del cuerpo! Ya sé qué debe ser: el café. He bebido una dosis más alta de la normal por la noche. Eso me está haciendo ver cosas. Además, explica muy bien mis escalofríos y la sudoración excesiva. Debe ser eso. Si no, entonces, ¿qué puede ser?
Ha sido mi padre quien construyó esta casa hace casi cincuenta años. Vivió la mayor parte de su vida en ella. Le dedicó tanto tiempo, que estar en ella es como vivir con mi padre. Ahora que se ha ido, ya cuentan cuatro años. Le extraño demasiado. Esta casa está tomando vida propia desde aquella ocasión. Todo comenzó esa noche… en que mi padre murió. Era justo como esta de ahora, él estaba afuera sustituyendo una tabla que se había roto por las tormentas y lo que traen. Le advertí que era peligroso hacerlo mientras la lluvia. No me hizo caso, siempre fue así de terco. Incluso tenía sus pretextos, yo siempre supe que amaba más a esta casa que a cualquier cosa en el mundo, incluyendo a mi madre y a mí. Sucedió lo inevitable, resbaló desde el tejado, golpeando su cabeza fuertemente contra una de sus herramientas. Yo sólo lo miré y las lágrimas sobrevinieron. Después me despabilé para poder socorrerlo, no había nada que hacer: había muerto. Mi madre ya había perecido hacía mucho. Me había quedado solo. La casa ahora me hace compañía. Es el más preciado recuerdo de mi padre. Ahora… ahora algo pasa en ella. Algo extraño. No quiero pensar que sea el espíritu de mi padre tratando de jugarme una broma. Sería absurdo.
Entro al baño a lavarme la cara. “Necesitas despertar, Sergio”, ahora me digo. Cuando antes era dormir. ¿Quién entiende a una persona desesperada? Miro al atizador que coloqué sobre el inodoro, percatándome de algo inaudito: ¡La punta está cubierta de sangre! ¡Oh, trágame tierra!, que me vuelvo loco, ¡mierda! Pero ¿cómo es esto posible? Si apenas lo uso para mover la leña en la chimenea. Alguien ha estado aquí, definitivamente. No obstante, me surge una duda: ¿de quién es esta sangre? No creo que sea del usuario. Que se haya golpeado a sí mismo suena más demente que todo esto; sin embargo, es posible que sea así. ¡Sí!, recuerdo tener baterías de repuesto detrás del espejo del baño. Esto será útil para la linterna. No más caminar en penumbra. Decido ponerme los pantalones e ir en busca de quien sea que esté detrás de esto. Alguien está, o herido o muerto, y no importa cuál escenario sea, es algo serio. No quisiera que se me culpe por tal atrocidad.
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