DECISIÓN VIRTUOSA
Un hombre salió un día a buscar trabajo. Después de andar y andar… sin lograr encontrarlo, desilusionado decide volver de regreso a su casa. En el camino se encuentra con un anciano desarrapado. Lo saluda con afabilidad con una sonrisa a flor de labios. Al abrir sus labios, el anciano deja ver sus escasas dentaduras.
Su cara poblada por arrugas se iluminó como un sol cuando su mano hizo contacto con la del hombre, expresando una felicidad jamás vista y, aunque estaba muy entrado en edad, se notaba vigoroso. Parecía que la edad que aparentaba tener, al observar su semblante y estrechar su mano, no se correspondía con lo flexible de su cuerpo, ni mucho menos con el tono de voz al hablar.
-¡Hola! ¡Buen hombre! –Dijo estrechando su mano.
Su voz enérgica tronó afable y armoniosa. El hombre al oírlo, desconcertado, tartamudeando dice.
-¡Ho..Ho…Hola!- Siseo estrechando la mano del anciano, alejándola rápidamente.
Siguió caminando a su lado, observándolo con recelo. En su pensamiento intuía que el extraño anciano al mirarlo a los ojos irradiaba paz interior, la magia cautivadora de un ser extraordinario dechado de virtudes.
Se dejó llevar de sus instintos, esperando que el anciano fuera el que llevara la voz cantante.
Aguardó en silencio, con la paciencia del que busca desentrañar algún misterio. Su estado anímico reflejaba preocupación, pudiéndose percibir que no estaba pasando por un buen momento. Algo terrible agobiaba su corazón y su mente desde hacía un buen tiempo.
-¡Clamaste por ayuda! –Dijo el anciano de manera enfática.
-¿Quién eres? – Preguntó el hombre sorprendido al escuchar lo que le decía el extraño.
- Soy un genio- Dijo- Concedo deseo a las personas justas. El único inconveniente es – Siguió diciendo – únicamente puedo conceder un deseo a cada persona elegida, a diferencia de otros genios que conceden tres deseos.
El aparecido hizo silencio, el que fue aprovechado por el hombre para pensar en la oportunidad que se le había presentado de conseguir un trabajo.
No soñaba, era real lo que le estaba pasando. Había visto en películas y leído en libros de cuentos que esto sucedía. Los genios le solucionaban problemas a los humanos a cambio de un propósito.
Sin pensarlo dos veces, respondió.
-¿Qué quieres a cambio?
-¡Nada! Respondió el anciano- Únicamente te pido que sigas actuando como hasta ahora lo viene haciendo. Brindar amor y actuar con justicia- Arguyó.
El hombre entonces, creyó en las palabras sinceras del anciano. No pedía nada a cambio, era un enviado de Dios que venía a ayudarlo.
Mirándolo fijo, con detenimiento, pensó en pedirle que le concediera un trabajo bien remunerado para solucionar el problema familiar que lo agobiaba.
Luego le llegó a la mente el problema de salud de la pequeña hija de un vecino, un cáncer se la comía viva. «¿Por cuál decidirse?»
Indeciso, se tiró de rodillas delante del genio, diciendo con la cabeza baja y los ojos cerrados.
-¡Hágase tu voluntad señor! – Fue lo único que le llegó a la mente.
El genio palpó su cabeza pidiéndole que se levantara. Luego le dijo.
-Hace días que te echaron del trabajo, debes la renta de la casa, a los usureros y no encuentra como alimentar a tu familia.
-Esta mañana, antes de partir en busca de trabajo clamaste por ayuda. – Hizo silencio. Luego continuó diciendo – Regresa defraudado a tu casa al no encontrar trabajo ¡Muy preocupado por las deudas acumuladas y no poder llevarle una esperanza a tus hijos!
-Ayer cuando orabas –Siguió diciendo- Le pediste a Dios por la salud de la hija de tu vecino, quien sufre una terrible enfermedad terminal acostada en una cama de un hospital –Calló, luego arguyó.
-Te dije que sólo te puedo conceder un deseo; pero a ti te urges trabajar y quieres que la hija de tu vecino se cure. ¿Por cuál deseo te decides, hombre de fe?
El hombre sin meditarlo exclamó.
-¡Quiero que desaparezca el cáncer del cuerpo de la pequeña hija de mi vecino! Mi familia y yo podemos esperar por el trabajo ¡Señor! –El genio en ese instante desapareció de sus vistas.
Días más tarde, los médicos sorprendidos, después de hacerle varios estudios a la joven muchacha, le dieron de alta, al descubrir que había rebasado la terrible enfermedad, declarando el hecho como un milagro.
Arcadio- Así se llamaba aquel hombre justo y bondadoso- Al conocer la noticia, oró puesto de rodillas, dando ¡Gracias! a Dios por el milagro.
Días después, fue llamado para trabajar en una empresa de la ciudad con un salario consonó con su preparación.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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