Si en algo el olvido no me vence,
son en los recuerdos de mi buen amigo,
hace doscientos mil años me parece,
Omo uno como ahora le digo.
En aquel momento fue asesinado,
cuando fui yo quien debía de fallecer,
Omo, él siempre estuvo a mi lado,
hasta el momento que lo vi perecer.
Al escapar de la tribu me encontré,
con fieras muy salvajes a mi parecer,
no tengo idea de como escapé,
sin amigos que me pudieran defender.
Creo que todo fue gracias a mi suerte,
por encontrar la aclamada manera,
de escapar a la detestable muerte,
aunque no falta tonto que la venera.
Pero un precio muy caro he pagado,
he pasado por cosas muy detestables,
ya que fieras vivo me han devorado,
y cosas mucho más desagradables.
Pero si les escribo este poema,
es para darles un consejo a todos,
ya que estando sólo en la gran selva,
yo me las arreglé de todos los modos.
Y después de ganarle a la cruel muerte,
tuve que vencer a otro cruel guerrero,
y aunque él es un rival menos fuerte,
rivalizarlo es nada placentero.
Y es, el sufrir de la monotonía,
vagué sólo durante bastantes años,
hasta mi mente perdió la armonía,
fueron como ciento setenta mil años.
Imagínate tener una rutina,
hoy en día tú consigues un empleo,
y eso tu diversión algo arruina,
disminuyendo el tiempo de recreo.
En ese momento busqué el suicidio,
imposible para un hombre inmortal,
deseé tantas veces mi homicidio,
vivir tanto no era bueno como tal.
Por todo el estrés terminé tirado,
ya no hacía nada en este mundo,
ya solo me sentía desanimado,
era un depresivo hombre inmundo.
Ni siquiera esperaba un milagro,
no podía esperar sólo el cambio,
algo tenía que hacer este magro,
yo tenía que hacer un intercambio.
Dado que el tiempo era todo mío,
solo necesitaba poner esfuerzo,
para así tener lo que yo ansío,
por fin hacer real mi próximo verso.
Gozar al máximo la inmortalidad,
en ese momento recordé a Omo,
hombre fuerte y de gran personalidad,
y así fue como supe yo el cómo.
Cómo ir venciendo todos los síntomas,
de la enfermedad de ser un inmortal,
primero supe que no eran síntomas,
pues la enfermedad era el ser mortal.
No eran más que efectos secundarios,
de la cura para esta enfermedad,
supe que los efectos serían varios,
mas valían la pena en realidad.
Omo era inteligente por algo,
Omo siempre aprendía cosas nuevas,
Omo decía ¡Por Dios! diario haz algo,
Omo siempre me ponía nuevas pruebas.
Y el secreto se encontraba allí,
todos somos cómodos con la rutina,
más, incomodidad ocupaba aquí,
salir de bañarme en la misma tina.
Así que yo que sufría en la vida,
me propuse cada día hacer algo,
para tener experiencia adquirida,
siempre de esta comodidad yo salgo.
Y así empecé a tener ideas,
si cada día hacía algo nuevo,
más, y más y más ideas te planteas,
rompiendo así el cascarón del huevo.
Siempre hago cosas que no he hecho ya,
cada día experimento algo más,
la monotonía expulsada está,
y soy una persona mucho más capaz.
Vagando por todo África descubrí,
después de ser activo en el camino,
lo que podía alimentarme a mí,
pues no ocupaba ser el asesino.
Al contrario, ocupaba dar mas vida,
bastaba con enterrar una semilla,
dejar de caminar, esperar comida,
y disfrutar de esta gran maravilla.
Secreto que no compartí en la selva,
donde me encontré con más tribus al fin,
no les compartí mi receta mágica,
el ser superior a ellos era mi fin.
Mis amigos pasados me traicionaron,
y ahora yo era como un muro,
si al conocerme se decepcionaron,
fue porque creían que era un burro.
Aunque no lo decían buscaban su bien,
el bien del resto solo era pantalla,
y lo único que querían esos cien,
era por la comida tener batalla.
De esta tribu yo quería el mando,
no podía esperar sólo el cambio,
así que me la pasé solo pensando,
y mi gran solución fue el intercambio.
Y una vez más me había servido,
usar como grandiosa arma el cambio,
pues a la tribu había convencido,
de usar comida como intercambio.
Y al tener la capacidad de hacer,
hacer nacer mucha comida del suelo,
a más homo sapiens pude yo complacer,
nombrándome líder gracias al anzuelo.
Con el tiempo intercambié mi secreto,
era fin del periodo mesolítico,
trueque, agricultura y por decreto,
marcaba el cambio al neolítico.
|