Fallo de fabricación
“Cuando me crearon, seguramente, olvidaron alguna pieza. Y así encajaron el cuerpo (demasiado delgado) con un rostro que, por ser amable, sí, indudablemente, la palabra es amable, haría sonreír a los niños y despertaría una injustificada confianza (recuerde, esto es una ventaja; eso sí, me advirtieron, siempre que sonría). Por favor, sonría. Nota: el tono de los dientes no se ajusta, 2.314 por debajo, a perfeccionar en el próximo modelo.
Ya lo sabe: sonría, pero ante todo: asienta. Asienta siempre. No discrepe. No proteste. No contradiga. Y en este aspecto no tuvieron ningún fallo.
Pero, claro, está el asunto de la pieza.
Ellos no advirtieron su ausencia, me mandaron a la sección de embalaje. Tan contentos. Yo creo que la olvidaron en un momento de descuido: al desviar la vista hacia el reloj, al rascarse una oreja, al pensar. Nada en concreto, aquel último domingo, aquel frío repentino, el roce del fino brazo de ella cubierto por hilos de septiembre. O quizá pensar en el dedo anular de la abuela. O en unos huevos con chorizo. Sí, fue así: era ya casi la hora de comer.
Y allí quedó aquella pieza, olvidada, fuera de lugar. En medio de clavijas y el test de inseguridades, entre la prueba de color, de las mentiras de los pequeños miedos. En mitad de un medidor de talla de pie y los gustos musicales (toca de nuevo la chanson française. ¿Acorde con su gusto cinéfilo? Por supuesto). Bajo la textura de los senos y los matices de la personalidad: la nostalgia (esto es invariable) en los domingos de lluvia y cierta propensión a idealizar. Retiene líquidos y obstinaciones.
Y así quedé, fuera de lugar: de niña en el colegio, particularmente durante las clases de gimnasia, aquella vez que fui sola al cine con doce años (a esa edad nadie va solo al cine a no ser que le falte una pieza), o aquellas noches de sábado: un millar de cervezas y de pronto aquel vaso de agua, desentonando. Luego, cuando crearon aquellos niños para mí, no se ajustaban, noté que no me pertenecían. El resto, encajaba: aquellos disciplinados padres a la puerta del colegio, la vida así, ordenada, de dos en dos, y yo allí, sola, y con mi ausencia de pieza. No pertenecer a ninguna de las casas que habité ni a ninguno de los cuerpos que me habitaron. Aquella luminosa mañana, desayuno en la terraza de un hotel. Tú allí sentado conmigo. Yo allí, sin ti. Perdona, no es mi culpa. Es esa no pieza...”
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