Ya, tal vez por la hora, uno de mis ojos había atisbado con desgano la luz que entraba por la ventana, de mí se apoderaba un sueño que me mantenía en el catre atento a lo que alucinaba. Me encontraba desnudo y con una erección fortalecida por la mirada de Antana.
Antana era un mujer que había conocido hace ya varios años atrás, morena de cabellos lisos que bañaban sus hombros con desdeño, sus ojos café eran capaces de levantar mis recónditas apéndices de un zarpazo, piernas largas, tal vez por unos centímetros más alta que yo, caminaba con afán a dónde quisiese ir, tumbaba teorías con sus caderas y su sonrisa y en mi sueño ella presentaba sin anunciación.
Al fondo oía una voz que me insinuaba ideas concisas y claras que no lograba atinar, mientras en mi almohada vislumbraba a Antana desnuda de cabo a rabo, literalmente. En el sueño me pedía que la poseyera, con los nervios como cuando se huye de algún lugar, con sus manos me indicaba que movimientos hacer, era un títere de su seducción, nos besábamos con una intensidad de metralla, los dientes chocaban de vez en cuando causando un dolor satisfactorio, mis manos eran una marea continua que se estrellaban con sus nalgas sin pudor alguno, mis dedos se entrometían en su vagina húmeda agudizando sus gemidos, escandalizados como un día de lluvia. Me tomó el rostro con sus dos manos y me pidió que le besara el ano, que la mordiera cual caníbal ansioso por comer la mejor parte de su presa, y allí me dirigí, no escatime en mover mi lengua vehemente, furiosa por encontrar ese gusto a nada, ese gusto a culo. Mis músculos, uno a uno iban entrando en un pánico orgásmico, en ocasiones asomaba la mirada para ver la expresión de su rostro y se desdibujaba, sus ojos eran blancos; en seguida seguía mi danza lingüística, hurgando el hedor profundo de su puerta de salida.
De súbito y sin mediar palabras alguien hala mi hombro y entumecido y encorvado abro ambos ojos y ahí estaba, era mi madre, pidiendo por favor me levantara de la cama a trabajar. Cerré un ojo me despedí de Antana, y así fue como nunca más la volví a ver.
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