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De la muerte de Kamu y la llegada a Nahu’ai
Durante mucho tiempo, Kiv permaneció junto con Kamu el Mercenario y sus hombres. Y les fue útil en varias ocasiones. El propio Kamu le enseñó a pelear como lo hacían los suyos. Una forma de lucha inventada por él mismo que permite que un solo hombre valga lo mismo que tres o cuatro. Pero no arriesgaba a Kiv en la batalla a menos que fuera necesario a pesar de las protestas de éste. Kamu solía decirle que su capacidad para hablar y entenderse con los dioses le era mucho más útil que cualquiera de sus indudables destrezas militares.
Aún así, Kiv tuvo ocasión de entrar en combate varias veces en los más de dos años que permaneció al lado de Kamu y sus hombres. En ese tiempo, recorrieron un periplo que los llevó por varias islas. Arribaron por fin a Lau, donde muchas cosas iban a cumplirse.
No vamos a relatar aquí la por entonces ya larga historia de Kamu: el inmenso océano había completado ya más de cuarenta circunvoluciones desde su nacimiento cuando se puso al servicio de su último patrono. Tampoco vamos a extendernos en la compleja historia de Lau, que convertiría nuestra narración en algo aún más largo y sangriento que lo primero. Baste saber que Kamu y sus hombres, que nunca fueron más de dos docenas, pasaron al servicio del Rey del Sur de isla de Lau.
Lau es una tierra más pequeña que Nahu'ai y, en teoría, podría ser dominada por un solo hombre. Pero en la práctica tiene la desventaja que es mucho más diversa y de complicado relieve. Cuando Kamu y los suyos pelearon en nombre de su señor en Lau tuvieron que hacerlo en terrenos muy diversos: desde las montañas más abruptas y complicadas a los terrenos bajos y pantanosos, pasando por canales, acantilados, islotes... Por tierra y por mar. Pero poco a poco, el Rey del Sur iba completando lo que se había propuesto. Iba poco a poco a todos sus enemigos.
Gran parte del éxito se lo debía a Kamu y sus hombres. Sin embargo, el Rey del Sur no les reconocía ni el éxito ni el esfuerzo. La gente de Kamu, incluído Kiv, estaba descontenta. Les prometían mucho, pero luego todo se quedaba en vanas palabras. Kamu, deslumbrado y obnubilado, parecía contentarse con ellas. Pero Kiv empezó a desconfiar a partir de cierto punto. Al final fue a ver a Maku, el hermano de Kamu que era a la vez su lugarteniente.
Kiv meditó por un momento. Después alargó a su perro un hueso que inmediatamente se puso a roer. Luego habló:
-Se conforma con poco. Pero sabe que hay cosas mejores. Cuando me ve a mí comer algo más sabroso, me lo pide. A veces le doy un poco, otras lo aparto. Dime tú, Maku: ¿Cuándo fue la última vez que el Rey del Sur nos dió siquiera un poco en lugar de apartarnos con nuevas promesas? Promesas cada vez más grandes que al final nunca se cumplen.
-Yo tampoco recuerdo que nos haya dado otra cosa que no sean palabras bonitas. ¡Si hasta tenemos que fabricarnos nuestras propias armas!
-Maku: ¿tú crees que van a darnos lo que nos prometen?-preguntó Kiv.
-Te contestaré con otra pregunta, muchacho: ¿Tú crees que podrían realmente darnos todo lo que nos han llegado a prometer?... Estoy empezando a sospechar: ¿Podrías consultar a los dioses por mí, Kiv?
Dispusieron que esa misma noche Kiv iba a preguntar qué convenía hacer. La respuesta no fue tranquilizadora: "El destino de Kamu ya está sellado, aunque no tiene por qué ser el vuestro". A pesar de todo, Maku trató de convencer a su hermano de que debían marcharse mientras estaban aún a tiempo. Pero Kamu venía de oír las muy lisonjeras palabras del rey y no quiso escucharle.
Kiv durmió mal durante las siguientes tres noches. La tercera de ellas estuvo particularmente inquieto. Al fin, decidió que no podía dormir y se fue a dar un paseo por el lugar donde se hallaban acampados. El perro decidió seguirlo. En eso estaban cuando vió a uno de los centinelas apoyado en el tronco de una palmera. Aparentemente estaba dormido. Ya iba a despertarlo y amonestarle cuando vió que el perro gruñía amenazador hacia donde estaba. Casi sin pensar, Kiv sacó su cuchillo de obsidiana. Acto seguido tres guerreros del Rey del Sur que habían estado ocultos tras la maleza en la oscuridad salieron enarbolando sus lanzas. Kiv lanzó su bumerán contra uno de ellos mientras el perro se lanzaba contra otro.
-¡Traición!-gritó arremetiendo con su cuchillo contra el más cercano-¡Traición!
Su grito alertó al grupo. Pero solo consiguió limitar el número de víctimas. Seis guerreros ya habían llegado hasta Kamu, que pereció llevándose a dos por delante. Maku y Kiv, junto con otros ocho, lograron abrirse camino a sangre y fuego hasta unas canoas que había en la costa. El perro no dudó en subirse a una de ellas, cosa que indicaba que tenía provisiones. Los diez hombres salieron a mar abierto con ella eludiendo los últimos lanzazos que les mandaron aquellos que les perseguían.
Remaron durante toda la noche y por la mañana tendieron la vela.. Eran diez hombres y un perro que trataban de alejarse lo más posible de la infausta Lau. Al cabo de dos noches, la comida empezó a escasear. La mañana del quinto día, al despertar, Kiv se despertó viendo a tres hombres armados acercándose a él y a su perro, que habían dormido juntos.
-¿Qué estaís haciendo?
-Ya no nos queda comida y en la canoa no hay aparejos de pesca. Pero tenemos carne.
-¡Nadie tocará al perro mientras yo viva!-gritó Kiv agarrando un arco y unas flechas que había dejado cerca previendo algo así.
Los hombres se quedaron inmóviles. Como Kiv tenía casi prohibido meterse en los entreveros, había desarrollado una gran habilidad con las armas que permitían matar a distancia. Eran cuatro contra él. Todos excelente luchadores y solo les separaban tres pasos. El tercero y el cuarto luchando juntos acabarían con él sin duda. Aún con la ayuda del perro, que también se había levantado y gruñía enseñando los dientes. Pero seguro que el primero y muy probablemente el segundo morirían antes de llegar hasta el hombre y el animal. Nadie se atrevía a dar el primer paso.
En aquel tenso momento, Maku intentó mediar desde más atrás.
-Kiv, muchacho. No queremos que muera nadie más. Ya somos menos de la mitad de los que éramos. Pero no tiene sentido morirnos de hambre teniendo carne cerca.
Solo el que iba al timón se fijó entonces en que el perro había dejado de gruñir y miraba hacia estribor. Le pareció extraño, por allí sólo se veía el mar.
-¿Y de qué crees que servirá? Pronto nos quedaremos sin agua de todos modos.
-Eso no es tan importante: podría llover en cualquier momento. Pero no tenemos aparejos de pesca. Ni hemos conseguido agarrar ningún pez con las manos desnudas, a pesar de todos nuestros intentos. Y estoy dejando de lado el hecho que en estas aguas...
-¡Un momento!-interrumpió Kiv-¿No lo oís?
-Si crees que con ese viejo truco...
Lo dijo el que iba a la cabeza de los asaltantes, pero Maku pidió un momento de silencio. Y al final dijo.
-¡Sí que se oye! Muy débil por encima del oleaje, pero ahí está: alguien toca la ocarina.
El hombre sentado en el timón, a popa, señaló entonces la dirección en la que miraba el perro:
-¡Es por allí! Si podemos oírlo, no debemos andar lejos de tierra.
-¿A qué esperaís para coger todos los remos?-ordenó Maku.
Nadie discutió la orden. Todos se pusieron a remar con todas sus fuerzas. El perro se colocó a proa, girando la cabeza en dirección a la música que se oía. Al cabo, en un tiempo que les pareció excesivamente largo apareció a su vista una lengua de tierra. De no haber querido ahorrar el aliento, alguien hubiera comentado que el que tocaba debía tener unos muy buenos pulmones para poder oírle a tanta distancia teniendo además el viento en contra. Pues la vela también empujaba en la buena dirección. Todos saben que los vientos dominantes desde Lau permiten llegar a Nahu’ai en cinco o seís días pero el viaje a la inversa es mucho más largo precisamente porque hay que navegar contra el viento. Pero no era el momento de hacerse esas preguntas. Nahu’ai ya aparecía nítida en el horizonte y la música de la ocarina se hacía cada vez más clara y distinguible.
En un determinado momento, dejaron de oír la música. Pero ya se veía una aldea en la costa y hacia ella se dirigieron. Cuando llegaron, encontraron que la susodicha aldea estaba siendo asaltada y saqueada por varios guerreros.
-¿Qué hacemos?-preguntó Maku.
-¿Tú qué crees? ¡Atacar a los asaltantes!-ordenó Kiv, saltando de la canoa con todas sus armas. Los ocupantes de ésta vacilaron, pero no tardaron en imitarle al cabo de un momento.
Kiv lanzó su primera flecha contra un hombre que se llevaba a rastras a un muchacho ante los gritos y la angustia de una mujer, previsiblemente su madre, que forcejeaba con otro hombre. Cuando cayó muerto al suelo, el que retenía a la mujer le miró. El joven que pulsaba un extraño bastón con una cuerda fue lo último que vió antes de partir hacia los dominios de Puna. Dirigidos por Maku, el resto de los hombres se dispersó por la aldea. El bumerán de Maku abrió la cabeza del que parecía el jefe de los asaltantes, que estaba tratando de dar órdenes. Luego, alguien intentó usar un bastón lanzador, antes de ser atravesado por una flecha de Kiv.
En aquel tiempo, en Nahu’ai no se conocían el arco ni las flechas y eso representaba una gran ventaja para los hombres de Kiv, como no tardaron en descubrir. Por otra parte, aunque los asaltantes bubantos eran buenos guerreros, no podían competir con la gente de Maku y Kiv, hechos a toda clase de combates, pues tal era su profesión. Faltos de jefe, no tardaron en huir después de comprobar que más de la tercera parte de ellos estaba ya muerta o herida sin que hubieran conseguido hacer apenas daño a los diez que se les echaban encima.
Kiv detuvo a su gente antes que siguieran la persecución y se encargó de impedir que saquearan la aldea. Pudo ver incluso en los ojos de Maku que les parecía un buen botín. Pero Kiv prefirió dirigirse en los idiomas que conocía preguntando:
-¿Quién es aquí el mando?
Finalmente, un anciano salió de entre la multitud.
-Supongo que soy yo. ¿Qué vaís a hacer?
-Eso depende. ¿Dónde están vuestros guerreros?
-La mayoría pescando, eso los que no están impedidos o muertos. Llevamos ya demasiado tiempo en guerra.
-¿Con los que acaban de marchar?
-Si fueran los únicos... Desde que el gran Kaumi murió, esta isla apenas ha conocido la paz.
Poco a poco, el viejo fue informando a Kiv de todo lo que llevamos narrado. Tuvo la precaución de mandar que les sirvieran algo a Kiv y a su gente. Estaba aún informando cuando llegaron los hombres de la aldea, después de pescar. No dudaron en compartir con ellos la comida en agradecimiento. Eran máryalos de la estirpe de Komo. y estaban agradecidos por lo que habían hecho por ellos Kiv y su gente.
Esa noche Kiv tuvo un sueño, o una visión. Un hombre en su ventana tocaba la ocarina y le explicaba que tenía que completar la tarea que él había dejado a medias. Los detalles de la conversación se han perdido. Pero Kiv no tardó en cumplir lo que le mandó el hombre.
No lo tuvo difícil. Además de la ventaja que representaban las nuevas armas desconocidas, su gente estaba hecha a todo tipo de combates cuerpo a cuerpo. Cuando hubo las primeras bajas, mandó Kiv a Maku que tomara a los mejores de entre la gente que se le había ido uniendo o rindiendo y les enseñara el arte de la guerra tal como ellos lo habían aprendido. Maku se los llevó a los islotes de Ari, donde les fue enseñando poco a poco. Así, Kiv seguía disponiendo de un suministro regular de gente hecha al combate. Todos los reyezuelos y jefes de Nahu’ai fueron reconociendo su supremacía, excepto Ongu. Ongu era el último de los antiguos jefes bubantos que habían conocido a Ondo y a Kaumi. Tenía a Kiv por un adversario temible. Pero Ongu había ido haciéndose, a lo largo de muchos años, con toda la parte occidental de la isla. Y no pensaba renunciar a ella. Se preparaba la guerra que iba a ser definitiva cuando a la isla, inesperadamente, volvieron los Narun.

De la derrota de los Narun y la venganza de Kiv
Al cabo de varias estaciones de guerra casi continua, se cumplió el tiempo que los Narun habían concedido a Kaumi. Y volvieron en gran número, trayendo como siempre la enfermedad y la muerte. Kiv sabía de su llegada, pues el propio Kaumi le había advertido. Y sabía lo que había que hacer. Hubiera querido un poco más de tiempo para derrotar definitivamente a Ongu. Pero no quedaba otra que someterse a la voluntad de Ronu y firmar una paz razonable con él. Así lo hizo Kiv antes de proceder tal como había planeado desde hacía ya tiempo.
Kiv había identificado a los asesinos de su madre: su propio abuelo y el marido de ella. Pero había guardado ese rencor en lo profundo de su corazón. Bastantes enemigos se había hecho ya por aquellos entonces y no solo por el puro dominio de la isla. Forzando, por ejemplo, el cambio de costumbres entre los nobles, cuando abolió los matrimonios entre hermanos. También instituyó la posibilidad de adoptar en la familia a gente ya mayor. Era una forma de ligar a su servicio a hombres que no tenían nada que ver con él, pero cuya pericia necesitaba. Una de las grandes cualidades de Kiv es que sabía recompensar a la gente. Esa cualidad suya iba a necesitar para vengarse y para destruir a los Narun.
Para empezar se dirigió a un hombre que había tocado un cadáver. En aquellos entonces, en Nahu’ai no se permitía a nadie hacerlo. Violar el tabú significaba ser un muerto en vida y ser totalmente excluído de la vida de las aldeas. Nadie podía dirigirse a ellos ni intercambiar o comerciar. Mucho menos tocarlos. Ellos tampoco podían tocar la comida con las manos. El hombre, cuyo nombre se ha perdido, se sorprendió al ver que alguien como Kiv se dirigía directamente a él delante de la gente y le decía:
-Tú y yo vamos a ir a ver a Puna. Te necesito para negociar con ella y destruir a los Narun.
El hombre se quedó pasmado mientras Kiv le cogía de un brazo (¡la reacción de la gente cuando vieron que lo tocaba!) y se marchaba con él camino del cráter de Lapei, dónde ésta los esperaba. Luego, siguieron hasta el Inframundo. Allí se encontraron con Puna, que se encolerizó, como siempre, cuando se vió molestada, pero la proposición de Kiv la tranquilizó. Ni siquiera ella quería tener a los Narun cerca, por muy encerrados que quedaran, pero la oferta era atrayente. Se volvió hacia el hombre-paria que había acompañado a Kiv:
-A ver si lo entiendo: No honrarás a ningún otro dios o diosa que no sea yo. Me sacrificarás cada día una gaviota y te ocuparás de enterrar a los muertos y enviármelos según los ritos que yo te explique. A cambio, yo no te vendré a buscar hasta la hora en que te hubiera correspondido si no hubieras tocado al otro muerto ¿es eso?
-Sss...sí.-contestó el hombre aún impresionado por la terrible presencia de Puna.
-Ya lo has oído-dijo Kiv que no se dejaba ya impresionar.-Y, de propina, llegarán a tus dominios un par de buenos elementos...
-¿Todavía transitas por el sendero de la venganza?
-¡Hasta el final!
-Eso es una muerte en vida.
-Eso dicen. Pero siempre me ha parecido una actitud de cobardes. Además, al fin y al cabo, todos hemos de morir. ¿Por qué no hacerlo con la satisfacción de enviar por delante al enemigo?
Puna pensó que, en ciertos aspectos, Kiv era todo lo contrario de Ronu. Era natural, siendo hijo de Tama-eiki. Pero hasta entonces había honrado todos sus pactos. Y así es como se selló éste. Desde entonces, los Sepultureros tienen un lugar en Nahu’ai. Y la primera parte del plan de Kiv estuvo así completa.
La segunda parte implicaba a la diosa Lapei, que estaba preparando ya su traslado a Riwu, donde tendrían lugar acontecimientos de los que anteriormente hemos hablado. Por entonces, aunque se había declarado una tregua, todavía había escaramuzas más o menos frecuentes entre los partidarios de Ongu y los de Kiv, a pesar que los Narun se iban adueñando de todo.
Kiv había localizado ya a su abuelo, que aún vivía, y al segundo marido de su madre. Les había ocultado su odio, pues estaba esperando la ocasión de demostrarlo. Acudió con el hombre del cual se ha perdido el nombre a ellos y les dijo que ellos cuatro recorrerían las cuatro partes de la isla portando unos amuletos facilitados por Puna. Los amuletos atraerían a los Narun. La idea era llevarlos al volcán donde entonces habitaba Lapei, cuyo cráter pensaba cerrar a piedra y lodo antes de partir para vivir en la isla vecina. Ya había calculado Kiv el momento con Lapei. El momento en el cual entrarían dentro del volcán perseguidos por los Narun. Una vez los Narun estuvieran dentro, Lapei cerraría el cráter a piedra y lodo de manera que los Narun no consiguieran salir de él.
-Muy bien pero ¿qué pasará con nosotros?-preguntó el abuelo de Kiv.
-Saldremos pasando por el Inframundo.
-¡Estás loco! ¡Eso es imposible!
-No lo es. Yo lo he hecho con él.-señaló al primer Sepulturero.
Y así es como el plan de Kiv llevó a los Narun a quedar encerrados hasta hoy en el cráter del antiguo volcán de LapeiEn cuanto todo se hizo, volvieron el primer Sepulturero y Kiv. Pues éste había ocultado a su abuelo y al otro tanto su propia naturaleza medio divina y el pacto que había sellado el otro con Puna, que le permitía atravesar su reino para que reconociera el camino y pudiera enseñarlo a otros. Todos los demás quedan presos en el Inframundo. En el caso de los asesinos de la madre de Kiv, en compañía de los Narun.
Se sabe que los Narun siguen intentado salir del volcán donde se encuentran encerrados, por eso es peligroso demorarse en los bordes y es muy peligroso bajar al cráter mismo, por mucho que esté apagado. Por lo menos casi todos ellos. Algunos consiguieron escapar o se resistieron a los amuletos y permanecen ocultos en lugares donde el agua queda estancada o abunda la suciedad. Los encargados de limpiar son los Sepultureros, según el pacto sellado con Puna. Aún así, a veces, ni ellos escapan, pero la isla no ha vuelto a conocer la devastación que llegaron a causar entonces los Narun.

De la muerte de Kiv. Coda final
Años después de la desaparición de los Narun, cuando Nahu’ai estaba ya pacificada, reinando Kiv en la parte oriental y uno de los hijos de Ongu en la occidental, Kiv se sintió enfermo. Un día reunió a sus hijos y les reveló por fin su estirpe de hijos de Tama-eiki y todo lo que hasta aquí hemos dicho. Tras unos cuantos detalles que revelaban su propia sucesión y la administración de su herencia, a alguien le pareció oír un ladrido. Kiv miró a la puerta de la casa, sonrió y dijo:
-Ya está aquí mi perro. Ha venido a buscarme, como ella dijo.
Los hijos e hijas de Kiv volvieron la vista, pero no vieron nada, pero cuando volvieron a fijarse en su padre, estaba inmóvil y con la mirada fija. No respiraba. Había muerto.
Tras los funerales, los Sepultureros llevaron a Kiv hasta la cima del volcán, donde lo depositaron según era su voluntad: cerca de su padre que no envejece ni muere: es un dios.
Uno de los hijos más jóvenes de Kiv, poco después de su muerte, decidió viajar a Aroba, a ver la isla de la cual su padre había partido hacía tantos años.
Encontró que la isla seguía habitada por máryalos que hablaban un poco raro, por lo demás, no tenìa ni idea de cómo llegar hasta la otra Aroba. La de los dioses. Aquella donde seguía viviendo su abuelo, Tama-eiki. Contemplando el pico del enorme volcán se le acercó un joven que había estado conversando con un grupo de gente. Habló con él y le explicó el objeto de su búsqueda. Aquello les llevó a hablar de los dioses. Eikiv, como se llamaba el muchacho, recordaría siempre las últimas palabras del hombre:
-¡Bah! ¿De qué sirve ser un dios? Todos sabemos que Aroba, en el Tiempo antes del Tiempo no era más que un dios-piedra o poco más. Es de suponer que, cuando llegue el Tiempo después del Tiempo, alguien que hoy nos parece insignificante se vuelva como Aroba y la rueda vuelva a empezar.
-Y ¿tiene algún sentido todo esto?
El hombre pareció pensarlo y a Eikiv le dio la impresión que iba a contestar, pero alguien señaló la montaña entonces y exclamó:
-¡Mirad! Walagun vuelve a visitar a Aroba. Seguro que le viene a traer noticias.
Eikiv pudo ver una espesa niebla que se había formado en la cima de Aroba. Luego se volvió a su interlocutor, pero éste había desaparecido de pronto. Lo comprendió cuando miró al suelo y contempló las huellas que había dejado: a las del pie izquierdo les faltaba la señal que deja el dedo pequeño.

FIN

Texto agregado el 06-10-2014, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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