Estaba aquella fría noche, recordando cosas que me habían ocurrido ya, episodios perdidos en mi memoria cual trozos de una historia a la cual le faltan capítulos que alguna vez creí estaban de sobra... Y me percaté de varias cosas: primero, que tenía aún muchas cosas que, o bien me diste, o bien te pertenecieron vez alguna. Luego, que había dejado de cantar. Era eso que alguna vez me hizo feliz, y ahora lejos de mi, estaba muerta mi voz... Porque uno siempre tiene al menos dos opciones.

Conservar la ilusión o darla por perdida, esperar o seguir avanzando, releer el mismo capítulo, o cambiar de página; a veces se reduce a un recalentado o buscar el fuego nuevo donde haya una nueva ilusión. Podemos complicarnos, o simplificar las cosas hasta su mínima expresión de hacer de cuenta que la vida sigue aún sin nosotros. ¿Cómo saber cuando aguantar fue suficiente? Cuándo ha sido ya bastante del sueño o la vigilia, ¿en qué momento debe uno despertar o dejar perder la ilusión?

En esa búsqueda infructuosa aguardé por meses, no quise aventurarme a empezar con las manos en los bolsillos... Sólo a dejarme tener a alguien más cerca mío. Sólo quería ver tu sonrisa, ese brillo en tu rostro al mirarme, sabiendo todo estaría bien a partir de entonces. Tus ojos al mirarme en ellos, tu cabello que alborotado me decía que estabas confiada en que te viera tal y como sos, sin maquillaje, desnuda de recelo alguno, confiada como cuando vos estabas acostada y descansando junto a mi.

Es curioso despertar buscando lo que hace tanto has perdido... Uno no busca un todo concluido, no busca sino las piezas difusas, las partes perdidas como un rostro que nunca volverá a ser el mismo. Y sin embargo se aferra a creer que de nuevo funcionará, que habrá una excepción a la regla, que no todo ha terminado después de tanto y tan poco, más allá de lo que reste por hablar y lo que quede por sentir.

En busca de tu rostro desperté muchas mañanas y dormí mal por las noches, hasta que comprendí que de nada servía esperar, cuando entendí que tu partida era absoluta y definitiva, cuando supe que había muerto aquello por lo que creí haber luchado de modo insuficiente. Como siempre lo digo, la intención no es suficiente... Estaba buscando en el sitio equivocado, más allá de mis propias fronteras en un mundo irrazonable.