“¿Quién dijo que la libertad estaba manchada de sangre?, la ambición y la corrupción siempre van de la mano de las revoluciones.”
De pronto se escucha una marcha en unísono que azota el cemento de la calle, y los gritos de guerra, de desesperación y angustia disfrazados de patriotismo; lo que faltaba, más esperanza color negro para los civiles sin mente, para las masas, si tan sólo ellos supieran lo que hay detrás de esas boinas rojas y botas militares, lo pensarían dos veces, antes de levantarse en armas.
Alguna vez estuve enamorada de mis botas militares, y mi boina bolchevique que encontré por cierto en un mercado de pulgas de mi ciudad; recuerdo la sensación de tener ese sombrero tan representativo en mi cabeza, me sentía cuál che Guevara en medio de las trincheras preparado para hacer su próximo golpe, las canciones de trova, la marihuana, la filosofía de paz vinieron a mi mente, como si fuera una especie de deja vu.
Nunca había sido una persona violenta, ni tenía deseos de luchar, lo admito, pero al caminar por las calles sucias y llenas de sangre, me sentí con ganas de luchar, de salir con piedras entre mis manos y a darles a esos cerdos que se dicen nuestros servidores, patrañas, idioteces nada más a ver si así puedo conseguir algo mejor, una vida de calidad. Pero no, solo tengo esta boina, estos deseos patrióticos y mucha desesperación, soy una simple soñadora.
Cuando llegue a mi casa, mi madre comenzó con la misma cantaleta de todos los malditos días, ¿qué si ya encontré trabajo?, ¿Qué porque tuve que estudiar filosofía?, ¿Qué si esto o lo otro?, mi mente esta tan fastidiada y harta de escuchar las mismas cosas, con ganas de decirle a mi madre, ¿qué nunca tuviste un sueño?, el mío era dar mis cátedras en la universidad conversando acerca de Rousseau con mis estudiantes, alentándolos a pensar por si mismos, y no por la programación a la estamos expuestos diariamente, es decir, crear personas capaz de vivir fuera del “sistema”, pero no, estas cosas no las puedo discutir en casa, mi madre siempre quiso que yo fuera un médico, aunque fuera uno mediocre, solo con tener el titulo en marcado en su sala, y poder pavonear con sus amigos que su hijita querida es un doctora de mucho prestigio, aunque fuera una amargada, y sin ánimos de querer levantarme día tras día, aunque fuera una conformista más, una más. ¡Ay madre mía cuando entenderás, que este hija que tienes es una apasionada pensadora, una mujer luchadora con ganas de cambiar al mundo!.
Un día paso lo impensable, propaganda izquierdista apareció en mi manos, esas palabras tan persuasivas tan poderosas y llenas de coraje, me capturaron; por fin me sentí identificada. Fui a mi primera reunión, y luego a la segunda y a la tercera, y de pronto ya era una de las mayores partidarias de ese pequeño símbolo de paz, o al menos eso creía yo antes de saber a dónde me metía.
El dinero comenzó a venir a mis manos, ayudas decían mis compañeros que eran, la verdad no me importaba de donde provenía aquello, y parecía que a mi mamá tampoco, ya no era más su niña fracasada, ahora era toda una política, una mujer exitosa. La boina roja que portaba con tanto orgullo como el che, me identificaba en el partido, pero lo que realmente me gustaba es que por fin podía culturizar a mis seguidores, las palabras de Marx, de Stalin, y de Guevara, tomaban vida en mis labios rojos, mientras que se acurrucaban en la cavidad auricular de todos los guerreros sedientos de paz y de libertad. El líder del partido siempre me pedía que recitara alguna carta o texto, antes de que él comenzara a hablar y a decirnos sus estrategias para derrocar a los perros que nos habían metido en esta pobreza. Él era un hombre tan lleno de labia, tan apuesto y aguerrido, que más de una vez caí enredada en sus carnes pacifistas, su cuerpo varonil y corpulento, que siempre me hacía despertar ese deseo oculto entre mis ropas militares.
Y el día llegó, me puse mis pantalones camuflajeados, mis botas militares, y claro mi boina bolchevique; salimos a las calles protestamos, yo estaba a la derecha de mi amor, admirando lo que habíamos logrado, por fin un cambio significativo en esta ciudad que alguna vez llame mi hogar, cuando de pronto el líder sacó un metralleta y comenzó a disparar hacía los militares, el terror y la confusión se apoderaron del panorama, gritos, sangre, sonidos de balas, todo paso tan rápido. No supe ni que me pasó, sólo sentí un tremendo dolor por todo mi cuerpo y mis ojos se cerraron en automático.
Ahora vuelvo a escuchar esos gritos ensangrentados me dan ganas de volver a luchar, de levantarme y sentir la adrenalina corriendo entre mis venas, pero no puedo, ahora estoy atrapada en esta habitación, pensando en aquel que fuera mi hombre, en aquellas palabras que profesaba, anhelando poder levantarme en dos piernas, y escribir, pero ahora tan solo soy una soñadora atrapada en un cuerpo con mutilado.
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