Había una necesidad muda y suplicante, un ansia de superar de algún modo tu muerte. Al parecer, no podía dejar de mantenerte en mi memoria. Pensaba que mis recuerdos acabarían por volverme loca (más de lo que estoy), por eso me mordía los labios y juntaban las manos apretando palma contra palma para no volar en pedazos.
Pero siempre, llegaban las imágenes como en un lío de voces, parloteando todas juntas, una en particular que me insistía y me decía al oído: “Eres tú pero no eres tú”.
…Fue una mañana, otoñal, estival, invernal o primaveral, no lo sé con exactitud. Fue una mañana, no como todas mis mañanas, porque en ésa, no hubo té.
La noche anterior los ánimos habían estado bastante caldeados, y a la hora de dormir, no estuvieron las acostumbradas despedidas; Cada quien vuelto para su lado y luces fuera. Reconozco que no pegué ojo, los pensamientos me roían de una forma insoportable, estuve tentada varias veces en acurrucarme junto a ti, pero no, mi dignidad me paró en seco y esa vez no existieron las lágrimas que se cobraban en silencio. Y hasta hoy, me arrepiento de aquello, que ganas de gritar “¡Maldita dignidad, está vez no me harás caer!”, y haberte apretado contra mis carnes desnudas y sudadas (¡ya recordé!, era tiempo estival). El despertar fue aún peor, porque ya no estabas a mi lado, y supe que ese día sería un día de áquellos en los que una no quisiera estar.
Por suerte tenía libre, no era ninguna gracia ir a trabajar en esas condiciones, no lo decía por mí, era por la tranquilidad de los otros. Decidí vestirme con lo primero que pillará, total, no pretendía salir de casa en todo el día. Y me puse tu camiseta de Pixies, que tú mismo habías estampado (entre mujeres desnudas y corazoncitos infantiles se leía la frase “Hey, we´re chained!”).
Eran pasadas las diez de un perverso Martes. Me ovillé junto a la ventana y así, observé, desde el piso 5 del viejo edificio, el ir y venir de las personas en su ajetreado y monótono universo citadino.
Aquellas horas de luz provenientes del Este me parecieron eternas, tú volvías de noche, y de noche estaba decidida a envolverte en pasiones y recibirte tal cual, “todo sea por la buena convivencia” me decía.
Y quizás puse mucho en ese detalle y ni cuenta me di como la tarde avanzaba hacia el crepúsculo, entre páginas y ansiedad, entre manzanas verdes y momentos callados.
“¿Por qué me haces las mismas preguntas una y otra vez? Ya te lo he dicho dos veces…” Te gustaba sacarme de quicio, y como sonreías cuando lograbas tu cometido, esa sonrisa tuya que a segundos quiero imitar pero este malestar que no sé si deba llamar tristeza, me lo impide.
Cuando caíste en mis brazos, tu peso rompió mi reloj pulsera, y ahí quedó, lo sigo usando, aunque ya no marqué ni minuto, ni recuerdos de tu voz.
Y se anunciaron las siete (hora divina) en el gato Félix reloj de pared, los ojitos iban de lado a lado y yo me impacientaba. Vestí mis piernas de jeans, me calzé unas zapatillas, uno de tus chalecos y corrí escaleras abajo hacia el portón, para ir a esperarte y apretarte, cubrirte de besos y una vez arriba darte otras cosillas. Ya ni me importaba el motivo por el cual el día anterior habíamos reñido.
Corría una brisa fresca de verano tormentoso, una brisa que golpeó suavemente sobre el algodón de tu chaleco y tu perfume salió expelido.
Tardaste 15 minutos en aparecer por la esquina de la calle de enfrente, lo supusé en cuanto oí a lo lejos tu incomparable melodía de celular: “I'm in the phone booth, it's the one across the hall if you don't answer, I'll just ring it off the wall, I know he's there but I just had to call, don't leave me hanging on the telephone”. Me acomodé el peinado (como se diría siúticamente) y te esperé de pie apretando mis manitas como tratando de ahogar una risa loca. ¡Ya te veía! ¡Caminabas hacia mí! Y me percaté que sujetabas un paquete envuelto en papel con diseños coloridos. Un regalo.
Sólo fue una fracción de segundo, en la que pestañeé y luego te sentí sobre mí, y tus ojos me miraban como idos, un hilo de sangre corrió de tus labios a tu cuello. El paquete fue a dar contra una muralla, el papel estaba roto, manchado, del contenido nada se adivinaba. Las personas comenzaron a rodearnos, a murmurar al tiempo que a una que otra se le escapaban sonidos de asombro. Yo, te sujetaba, arrodillada en el suelo. No sabía bien lo que pasaba, miraba hacia todos lados como buscando respuesta, que mucho más tarde traduje como ayuda.
“-¡Resiste, resiste amor!” Te gritaba entre llantos (los que demoraron en salir). Y te seguía apretando, no te quería soltar; Tú ya ni me mirabas, el suelo ahora era el centro de tu atención.
Un paramédico se agachó y trató de incorporarme, haciendo fuerzas para que te soltará y el otro te pusiera sobre la camilla. La gente miraba como siempre suele hacerlo en estos casos, pero ¡Nada, me importaba!, nada importaba que me vieran allí temblando, toda desgarbada, ensangrentada, destruida. Observé como te subían a la ambulancia, alguien me ayudó a ponerme a tu lado.
Me pareció una eternidad el camino hacia la posta. Veía tus ojitos cerrarse por momentos, tus labios entreabiertos y resecos; Labios que no fui capaz de besar (como señal de perdón) la noche anterior. Te sujetaba la mano, sentía tu piel fría, extraña textura tenía ahora.
Llegamos, pude adivinar porque abrieron aparatosamente las puertas traseras del vehículo y te sacaron en andas y yo, como pude baje.
Quise acompañarte, quise estar contigo hasta el final…Pero tú sabes como son las reglas por esos lados.
En esa madrugada, no hubo té, sólo café del carrito fuera de la posta. Miles de vasitos hirviendo, que yo sostenía esperando que el calor me llegase a la piel, y únicamente para sentir que era real, que aún estaba ahí, respirando, estando, ocupando un espacio de la calle.
Cuando me dijeron que te habías ido de mí para ya no regresar fisícamente, estuve a punto de desbarrancarme y esparcirme como agua oscura por el asqueroso y transitado piso de hospital. Se me cerró todo, una burbuja me envolvió, y no oía voces, ruidos que no comprendía que querían decir.
Cuando me dijeron que tus labios ya no sentiría y que tu piel ya no ardería junto a la mía. Yo también quise irme contigo, en tu sangre derramada…
¡Oh, mi amor! No te me imaginas como se me apretó el corazón en aquellos instantes, y dolía, el aire me pasaba afanado desde la nariz a los pulmones y yo sólo quería dormir. Pero la cabeza me estallaría.
Cerré los ojos, me los froté, volví a abrirlos. Pero no, aún estaba iluminada por esa luz invasiva, aún estaba parada en el medio de esa sala, sin saber que hacer, sin saber que sentir, sin saber a donde ir, a quien llamar.
Horas más tarde, por obra de alguno de los del personal, apareció tu hermana y las dos nos abrazamos y lloramos juntas, parecíamos una.
Más café, ahora en compañía. No quise verla de frente, no quise verle las manos que se las retorcía como queriendo arrancarse los dedos…Dedos, uñas, dedos.
Ya han pasado varias semanas, y aún permanezco aquí, anclada a la ventana, como esperando verte aparecer por la esquina sin regalo, no importaba, sólo quería verte aparecer. Entre suspiros e hipos se me han pasado estos días, sin salir mucho de casa, sin frecuentar a gente; Sólo tu hermana que viene dos veces a la semana a ordenar y prepararme comida. Pero en mi lamentable condición, no he sido capaz de agradecerle, sé que no lo hace por mí, sé que lo hace porque cree sentirte rondando en el departamento. Cree que te siente pero no está segura, puedo adivinarlo en sus despedidas en las que derrepente se le escapan miradas asustadizas.
Apenas se va ella, apagó las luces y me tiendo sobre la cama, esperándote…Porque me lo dijiste una vez. “Cariño aún cuando estemos distanciados siempre volveré por las noches, me acurrucaré junto a ti y sabrás que soy yo. Ya conoces mi calor. Volveré por las noches, porque en una de ésas nos conocimos, y cuando fumamos el primer cigarrillo después de la primera vez en que hicimos el amor te miré y susurré en tu orejita, a la cama siempre volveré por ti, más bien, a ti, a tu piel, porque en ti quiero morir”.
Esta noche y al sonido de “Melt!” te aguardo con ansias, ya no puedo con esto, no puedo, por favor, también déjame morir en ti. |