Los jueves, y su incomparable desnudez que hacía más inocente esos días, los envolvían el silencio y la calma de cuatro, ocho o diéciseis paredes. Cada una con sus historias que llegaban a mí, entre gemidos y risas ebrias.
No es que fuera como Bates y me exitará aquello, pero tras cada grito, tras cada risotada, existia en mí la necesidad de urgar más aún en las sensaciones que se tenían por momentos, era algo inevitable para bordar vidas con hilos de realidad.
Adivinaba formas fuera de mi puerta, con las manos apretadas deteniendo la despedida, prolongando el encuentro. Yo una vez también estuve así; Una vez, hace mucho. Ahora me dedicó a esto los días Jueves, a investigar amores mal apagados, de una noche, ocultos, prohibidos. Las pasiones son bellas en tanto permanezcan inconfesables y malditas.
Tacones y andares pesados, en cuánto oía eso me tiraba boca abajo sobre la cama y aspiraba los aromas atrapados entre las sábanas gastadas, extraía los perfumes del bosque; Flores y leña. Me sobajeaba contra esos paños deslavados como tratando de meterme sus miles de historias por los poros.
Los jueves sólo tenía mediodía para perderme en esos rituales, hasta la semana siguiente. Guardé mi libreta en el bolsillo deL delantal, cambié las sábanas, limpié el baño de aquella habitación, sobre todo el espejo, con los espejos el jefe siempre insistía en que debían estar cristalinos como el agua. Último rastreo visual, todo en orden, cerré la puerta y con paso agigantado me fui deshacerme del horroroso uniforme y ponerme mi disfraz de gente.
Caminó a casa, pensaba en como se llamaría el libro, en caso de que escribiera uno a partir de las experiencias de otros en el motelucho de mala muerte en el que trabajaba. "Los Jueves", simplemente "Los Jueves", porque ese era el día de mi turno. |