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Creo que tengo miedo. Quizá, tengo miedo. Me quedo mirando y mirando y mis ojos parecieran caer y caer en el mar blanco. Mis parpados no dejan de abrirse como si los músculos los retrajera un titiritero fantasma sobre mi cabeza. Eventualmente siento como si mis ojos fueran a saltar de sus orbitas y entonces hago un esfuerzo tremendo para cerrar los parpados y toda mi cara se contrae en una mueca de dolor y exasperación que dura la mitad de un segundo. Bajo la mirada y miro la oscuridad que recubre mis piernas, la manta en la noche de mis ventanas. Y luego vuelvo a levantar la cabeza y me dejo arrastrar por el mar blanco de nuevo. Se repite el proceso y ahora paso mi mano derecha sobre la geografía de mi cara, esta tibia y sudorosa, no siento mis mejillas sino tan solo el borde de mis ojos contra el duro precipicio de sus cuencas, pómulos. El blanco mar me mira, como preguntándose si tendré la audacia de reemplazarle por los sucios y negros desvaríos que me recorren. El blanco mar se burla de mí mientras escribo sin dejar de mirarle. Ojos de basilisco, el blanco mar. Viperinos, icónicos, hipnotizàntes, el blanco mar. Y su arrogancia me atropella y me detiene, levantándome por la solapa, un monstruo que abre sus fauces en amenaza. Blanco mar. Blanco mar. Blanco mar. Incluso su nombre, mi nombre, me obsesiona. Delata la idea de la ausencia y así crea una entidad que es la encarnación de todos mis miedos. Paso saliva, mis manos pesadas, mis ojos atrapados en la trampa se secan y se secan. Aceitunas en un coctel vacío. Y entonces, justo allí, entre los muchos dobleces de sus cortinas blancas vislumbro algo: Algo grande, algo fuerte, algo que podría tener un significado que importe. Alargo mis manos pesadas y sudorosas hacia eso y me estiro. Tensión, un cuerpo en el borde de un abismo blanco, precario equilibrio. Pero el blanco mar, arrogante y frívolo, se cierra sobre mis ojos que miraban sin pestañear y los envuelve en su trampa. Y cualquier cosa que pudieron haber visto desaparece en la marea prístina. Equilibrio perdido, manos flácidas, cuerpo en caída libre acantilado blanco de fondo. Un espejo de agua blanca inmaculada al final.



Como te odio, papel, lienzo, pared.

Texto agregado el 02-10-2014, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


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