Son inyecciones de morfina las que penetran la piel de los vuelos fugaces, ansiosos de placer, delirando súbitas visiones con olor a menta, a caramelo, a tulipanes, a amapolas. Son doscientos porros de marihuana en un verano otoñal, un final desgraciado y desagradecido, que deja las almas puras de suciedad, limpias de mezclas y químicos mortales. Fueron gemidos, gritos que anhelan paz, cuerpos y mentes conectadas por la fusión, por la caricia estremecedora que arruga el ceño y vuelve pliestireno el cuero, son noches de fin amargo, como el aguardiente del viciado, son finales dulces, como la sangre del pastel de fresa, son finales que enfrentan nuevos días envueltos con la pasión que lleva consigo el anhelar y el buscar.