Cuando Ana recordaba su pasado un escozor recorría su cuerpo y aledaños. Sebastián dueño de la fábrica de galletitas, le regalo dos libros eróticos para que guardara en su biblioteca. Eso fue para Ana premonitorio de algún futuro erótico, una cita una ilusión. Pasaron meses antes de que Sebastián le regalo otro libro,
-Para que escondas en tu biblioteca, vos que tenes tantos libros. Le dijo.
Eso si fue preludio, transcurso y luego algunos años despedida.
Se encontraban en la gran ciudad. Ana iba en moto. Dejaba la moto atada a un árbol.
Luego se escabullía anónimamente entre la gente hasta encontrarlo, alto, altivo, altanero.
Eran dos amantes furtivos, cansados de sus matrimonios, hastiados de la rutina. Y el presente lleno de caricias, y pieles aromáticas, listas para la lujuria y el placer.
Cuando Sebastián le pidió el dinero prestado ella no lo dudo.
Se lo entrego a cambio de la promesa de de que lo devolvería pronto.
Ana le reclamaba el dinero, pero él juraba que no lo tenía. Mentía descaradamente.
Su fortuna crecía, a la vista de todos con una incauta cómplice.
¿Quien engañaba a quien?
Ana se canso de todo, y lo dejo, quedando para su exquisita memoria los momentos de éxtasis-
El día que conoció a Ramiro, el profesor de Química, solo hubo un pequeño roce de los pulgares.
Ana tenia un marido que ni la miraba y advirtiendo que ella desaparecía algunas horas por semana , no le provocaba ni la mas simple curiosidad, porque Ana era como un trofeo.
Ramiro la fue seduciendo de a poco, con sabiduría y ella se dejo.
Las horas ardientes compensaban el prestamos que Ramiro le había pedido para realizar ese emprendimiento, tan deseado.
Ramiro no le devolvió a Ana el préstamo.
Han pasado varios años.
Sebastián tuvo un accidente, de donde lo tuvieron que sacar serruchando el chasis, y Ramiro tuvo una angioplastia, estando al borde de la muerte en terapia intensiva, mas de o necesario.
Ana ya no presta dinero, aunque a veces se tienta…
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