En la comunidad de Alta Piedra, sucedió un hecho que alertó a los vecinos del lugar, bebés recién nacidos desaparecían de sus cunas, y los que no, amanecían con manchas moradas sobre su piel, se presumía que eran provocados por succiones bucales sobre sus frágiles y suaves pieles.
Al cabo de una semana habían desaparecido ya tres niños y dos más despertaban con las marcas referidas sobre la piel. Familias desconsoladas pedían ayuda a las autoridades municipales que no lograban encontrar pistas, sus ojos no veían más allá de la lógica. Descartaban las historias fantásticas y posibles hipótesis de los vecinos. Ellos referían a que. –se los había llevado la bruja.
Las familias vivían atemorizadas, los policías hacían rondines nocturnos por toda la comunidad, pero no encontraban nada extraño, las calles lucían vacías y obscuras; mientras los niños seguían sin aparecer.
Se cumplían dos semanas de los hechos acontecidos cuando una mañana de lunes, un grito aterrador proveniente de la casa de la familia Pérez López, despertó a todos los vecinos.
El hijo de la señora Mercedes había desaparecido de su cunita, un bebé de apenas tres meses; pese a que todas las noches su madre dormía sentada a lado del moisés, eso no evitó que esa mañana se esfumara su pequeño vástago. Una ventana abierta de par en par era la evidencia del nuevo ataque.
Una vez más la policía acudía al lugar de los hechos, y no sacaban conclusiones o posibles pistas del nuevo secuestro, los vecinos encolerizados decidieron tomar acciones por su propia cuenta.
Un vecino del lugar examinó el cuarto del bebé, observó minuciosamente los rincones de la habitación, la ventana por donde entró el secuestrador, la cuna del bebé; y cuando se colocó de rodillas para observar debajo de ella, encontró una pista que los torpes policías jamás hubieran tomado en cuenta: una enorme pluma negra.
La pluma fue llevada con el avicultor del pueblo, este analizó cuidadosamente la pieza, la comparó con imágenes sacadas de un libro viejo de distintos tipos de emplumados y pese a que él solo sabía del negocio de la crianza de aves domésticas; pudo emitir un juicio: - la pluma pertenecía a una lechuza.
Los vecinos montaban guardias en las casas en donde hubieran bebés recién nacidos, estaban armados con machetes, palas, agua bendita, sogas, y uno que otro cargaba una escopeta, no se permitirían otro hurto de ese tipo, la policía les dejó realizar el trabajo de vigilancia, los muy haraganes lo tomaban como menos trabajo en sus horas de servicio.
Pronto las puertas de las casas lucían cruces de hojitas de romero, las familias con bebés colocaban tijeras abiertas debajo de las cunas y saquitos con sal.
Un grito en la casa de la familia Suarez hizo movilizar a la guardia comunal, entraron con violencia al hogar de dónde provenía el alarido, la señora Olga cargaba en brazos a su hijo mientras les indicaba en donde estaba el cuarto del infante.- ahí está la bruja, se quedó atrapada entre las sabanas- les decía la asustada mujer.
Un grupo de tres hombres armados con palos y picos entraba al cuarto infantil, la ventana estaba abierta completamente y al fondo de la habitación estaba la cuna de madera, dentro de ella, había una lechuza negra de grandes dimensiones, en una pata tenía enrededada una sábana color azul pastel, el ave estaba golpeada y con sal sobre sus alas; los miraba con más asombro que los propios individuos.
El silencio fue roto por el señor Marcial, quien en un dialogo improbable, intentó trabar conversación con el ave:
-¿Quién es usted y a donde se llevó a los niños?
El ave los miraba en silencio mientras agachaba la cabeza. Otro hombre de los ahí presentes arengaba a la lechuza.
-Le están hablando, ¿Qué quién es usted? Conteste si no le caemos a palos.
La lechuza solo encogía el cuello dentro de sus plumas, cerraba los ojos y los dejaba así un buen rato, esto colmó a los hombres, quienes la tomaron del pescuezo, le quitaron la sabana enredada y la azotaron contra el suelo.
-Ahora si muchachos, mátenla a palos.
Justo en el momento en que don Marcial elevaba su pico para dejarlo caer sobre la lechuza, el pajarraco emitió palabras con voz de mujer, dejando a todos atónitos.
-¡No me maten! Por favor, déjenme ir.
El señor Cristóbal, que lucía pálido del susto, apenas pudo preguntar:
-Quien es usted? ... ¿es una bruja, verdad?
- Si lo soy, perdónenme la vida, dejen que me vaya.
-¿En dónde están los niños que se llevó?
-Ellos están bien, si me dejan vivir los llevaré a donde están y se los entregaré, pero por favor no me hagan daño.
Los tres hombres se miraban mutuamente, pero don Marcial fue quien tomó la decisión ante la confusión de sus acompañantes.
-Está bien bruja, llévanos a donde los bebés, nos los entregas… y dejaremos que te vayas, con la condición de que jamás vuelvas a la comunidad.
La lechuza asentía, al tiempo que era metida en una jaula que les facilitó la señora Olga.
-Más te vale que no nos mientas bruja, porque de esta, no sales viva.
El grupo de tres hombres, acompañados por los padres de los bebés desaparecidos emprendieron el viaje hacia donde la lechuza les guiaba.
-Se encuentran en el interior del bosque, ahí vivo, en una casita de madera, llévenme y con gusto les entregaré a sus hijos.
-¿Por qué te los llevaste?
-Es que como bruja no puedo tener hijos, y me los llevé para adoptarlos y criarlos.
Y así avanzaron una hora bosque adentro, cada metro que caminaban, el lugar se tornaba más tenebroso, los árboles secos asemejaban figuras monstruosas con garras, la temperatura descendía y un olor a podrido impregnaba el ambiente.
Una casa vieja de madera se lograba ver entre las maleza seca, le faltaban tablas en las paredes y sobre ellas habían pentagramas y frases inteligibles, la vivienda de la bruja les hizo sentir escalofríos.
-Necesito que me liberen, es para poder sacar la llave. Como comprenderán en esta forma me es imposible tomar el pomo de la puerta.
-Mira bruja, no te vamos a sacar de aquí, así como abriste
las ventanas para robarte esos niños, asumo que podrás también abrir está puerta, así que no hay trato. ¡Ábrela!
El ave sin más remedio, echaba una mirada a la puerta, seguido de unas palabras desconocidas para los habitantes de la comunidad.
-¡Ephata!
La puerta se abría lentamente, dejando salir la obscuridad del interior de la casa, un olor a humedad se impregnaba en los pulmones de los comunitarios.
-Pasen, los niños permanecen dormidos en mi ausencia. Una vez dentro les indicaré en donde están recostados para que los tomen y me dejen marcharme.
Con pasos temerosos, los hombres en compañía de la lechuza negra se adentraban al interior de la casa, la jaula del ave temblaba, el pulso de don Cristóbal no dejaba de sacudirse.
-Está muy obscuro aquí adentro, no veo nada. Bruja, haz prender las luces. ¡Ahora!
-… Como usted guste, mi señor.
Velas derretidas sobre oxidados candeleros se encendían al mismo tiempo en el interior de la vivienda, la obscuridad cedía para dar paso a una opaca claridad, ante sus ojos colgaban extremidades humanas del techo, estaban amarradas por finos listones de color rojo, eran los brazos, piernas, y troncos corporales pertenecientes a los bebés desaparecidos. Los hombres dejaban escapar un grito de horror, sus rostros se petrificaban ante el abominable cuadro.
El señor Marcial volteaba su mirada hacia la jaula para reclamar la afrenta.
-¡Maldita bruja! nos has traici…
La jaula estaba vacía, ya no existía la lechuza dentro de ella. Las luces de las velas eran apagadas por una ráfaga de aire helado, un lamento que terminó en risa dejaba en tinieblas a los comunitarios.
De los hombres, los bebés y la bruja, jamás se volvió a saber nada.
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