Merengue

Afortunadamente existe un lugar donde se puede explicar lo que no existe, es nuestra imaginación que todo lo hace posible. Lo más sorprendente de este universo de emociones es que no hace falta probar nada.

Ahora mismo podemos ver un elefante rosa, todos nuestros sentidos admirando al descendiente del mamut, que se extinguió cuando aún conservaba su atuendo gris.

Parece amigable, aunque sus ojos muestren lo contrario, se lo nota algo ofuscado, como contrariado por el tizne que le dimos a su piel. ¿Y si lo coloreamos de amarillo patito?

Pido permiso a los lectores para cambiarle el color aunque todavía les quede en la retina al mastodonte rosado.

Sin ánimo de menoscabar su hombría lo veo con gafas de sol y un turbante con frutas sobre su cabeza comenzando a danzar al ritmo del merengue. Las patas comienzan a moverse al ritmo de la música, con pasos que imitan a una especie de marcha militar: uno, dos, un dos, flexionando las rodillas apoyando primero la punta del pie, con suave cadencia.

Sus movimientos ahora se acompañan con un desplazamiento hacia el lado izquierdo siguiendo un casi imperceptible derrotero: un, dos, un dos, un dos.

Muy simpático el chiquitín. Ahora mueve su cuerpo al son de dos pasos para atrás y cuatro para adelante; uno, dos, uno, dos, tres, cuatro. Es que la música invita al baile, una poción mágica de guitarra, tambor, trompeta y trombón que invaden todo el espacio. Entra en escena una suricata que con su inconfundible canto compite con el arcoíris de sonidos que la orquesta de hipopótamos ofrece a su auditorio.

La alegría invade al eximió bailarín que nos sorprende con cada movimiento, sensual y atrevido. El perfume de azahares de los naranjos en flor subliman la ocasión atrapando todos nuestros sentidos.

Les agradecemos a nuestros artistas por el espectáculo que nos brindaron, nos despedimos y entramos a ese mundo cotidiano en el que todo tiene una explicación, pensando que a pesar del tedio habitual siempre vamos a poder pedirles un bis a nuestros artistas.

OTREBLA