Después de conocerte, platicar a gritos y quedar con mil incógnitas aún a tu respecto, te he soñado esta noche en que brevemente de nuevo estuve contigo. No sé si vuelva a ocurrirme que nos encontremos dos veces en una misma velada, tras las miradas que nos fueron acercando y la vigilia, en el sueño en que tu aroma permanecía aún en mi mejilla.
Hay una vida de por medio, un millar de historias que no te sé, que no habremos de contarnos todavía, o tal vez nunca porque esto es sólo un cruce de caminos. Hubo un breve brillo, una chispa que lentamente me atrajo hacia ti, y sin atinar a entender el embrujo de tu perfume, me dediqué a disimular que no moría por besarte...
Observando tu sonrisa, dudaba si seguirte escrutando o bajar la guardia, desviando casualmente la mirada que tenías cautivada ya con un magnetismo curioso, que las últimas veces me llevara de tu rostro a tu cabello, hacia tu pecho y tu cintura, y de tus dedos a tu sombra, sólo para volver a recorrerte toda buscando la tibieza de tus labios reptando por tus caderas.
Me contaste un sueño, una ilusión futura... Y así tocaste a mi puerta, para no marcharte nunca.
Y te encontré de nuevo al cerrar los ojos, tras la resignación de saberte cada vez más lejana, en una quimera que llevara tu forma desnuda, entrelazados mientras libara de tus flores, el néctar que me inundaba de ansiedad por recorrerte toda con mis dedos caminantes, que se deslizaban entre los valles de tus piernas, y quedaban atrapados entre la trampa de tus labios y la enredadera de tu cabello.
Se invirtieron los papeles, eras tú la presa ahora. Mis brazos te rodeaban toda, y mientras te sujetaba fuertemente mis dientes recorrían tu espalda llegando hasta el susurro que mis labios pronunciaron en tu nombre, sentí tu cuello estremecerse al tiempo en que tu aroma entraba por mis poros desprotegidos. No hacía falta abrir los ojos para contemplarte, mi tacto sabía el camino de tu cuerpo, la senda que conducía al placer más oculto y hasta entonces desconocido.
El calor de mi piel pugnaba por salir, mis palmas ardían sobre tu vientre y al rodearlo arqueaban tu espalda que me daba paso hacia la tibieza de la victoriosa contienda... Tus tobillos anudaron mi cuello, y mis manos te aprisionaron nuevamente. Embates rítmicos nos fundieron a un mismo tiempo, el estremecimiento de entregarnos recorrió mi espalda y la tensión de mis brazos me abandonó como la fuerza de un viento que se alejaba de nuestros cuerpos, mis manos doloridas aún ardían y palparon lentamente tu piel mortecina...
Tu cabello caía entre mi almohada y mi pecho, era la bandera de la rendición absoluta, la entrega total de que fuimos presas, mientras nuestros pechos latían en sincronías disonantes aún. Eras la sábana que cubría parte de mi cuerpo, tus piernas de enredadera me rodeaban nuevamente ahora vencido, sonriente y fatigado mientras besaba tus manos y tu frente.
Abrí los ojos buscando tus labios, sólo para despertar en ese instante, sabiendo todo había terminado. Volví del sueño y me dediqué a recordarte, sólo para no perderte entre la bruma de mi memoria. Sólo un cabello tuyo en la almohada me demostró que no había sido todo una broma de mi mente moribunda, y al ver tu cuerpo en el piso me resigné a seguirme desangrando, para alcanzarte de nuevo en ese sueño, donde me pediste no te dejara nunca... |