Para quienes no sepan, las hadas si existen, sus alitas de colores se parecen mucho a un vitral y cuando aletean fuerte se escucha como si crujiera el papel celofán. Tienen cuerpecitos casi transparentes y un poco azulados. Es cierto además, que suelen brillar cuando están tristes o muy contentas, también es cierto que no se les puede tocar porque son venenosas y la piel se llena de salpullidos y ronchas, es la forma que ellas tienen para defenderse.
Las hadas no miden más de 15 cm., y a pesar de lo que uno pudiese pensar con ese tamaño, son muy fuertes. Ellas siempre andan solas y existen para cuidar a los niños que lloran, porque no es natural que un niño viva triste, los niños nacen para ser felices y hacer feliz al mundo, y cuando no lo son, aparecen las hadas para cuidarles. Ellas viven por los rincones de los techos o los agujeros de pared.
Las hadas necesitan comer mucho y muy seguido, porque es mucho el trabajo que realizan durante el día y más durante la noche, por eso es que necesitan comer -a lo menos 8 veces por día y 4 por noche- motitas de polvo dulce que crece en los rincones; sólo deben ser de esas, porque las pelusas bajo la cama les dan indigestión. Hay casas en las que no hay motitas de polvo dulce así que ellas se alimentan de miguitas de pan o galletas.
Las haditas deben ser fuertes y venenosas para poder defenderse de unas criaturas que se parecen mucho a los zancudos y que son parientes malvados de los duendecillos, ellos tienen nombre, pero si se pronuncia se aparecen. A ellos se les puede ver porque son arrogantes y no les importa si los adultos los descubren. Se alimentan de las lágrimas, que se convierten en polvo, cuando se secan en las mejillas de los niños que se duermen luego de mucho llorar.
Estos parientes de los duendecillos, susurran a los niños cosas para ponerles tristes, pero son las haditas quienes se encargan de defenderles, tienen mil formas de hacerlo, la más efectiva es meterse a los sueños de los adultos para que se despierten y vallan a ver a los niños. Son también las hadas quienes les tejen bonitos sueños, para que al menos mientras duerman, sean niños felices y olviden el frío, el hambre o el miedo.
Cuando los niños ya no lloran más, estos duendecillos no tienen más que comer y se mudan o desaparecen y con ellos desaparecen también las hadas que se convierten en estrellas y siguen cuidando a los niños desde el cielo todo el tiempo que demoren en ser viejitos.
Los adultos, cuando parecen tan ocupados para oírlas y tan crecidos como para recordarlas, sueñan de vez en cuando con ellas pero lo olvidan al despertar. Ellas jamás sienten que estén perdiendo el tiempo, aun sin que podamos verlas, por las nubes, la contaminación o las luces, ellas son quizás las únicas más felices y orgullosas de que lleguemos a ser adultos.
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