Saladillo, 2 de Abril de 2013.
Un Amor Inolvidable…
Ella lo miró y creyó ver, en sus claras y transparentes pupilas, el cielo. El acarició en una mirada singular sus negras pupilas y sospechó que era un ángel, extraviado de un paraíso desierto. La tomo de la mano y echaron a andar, como dos ingenuos niños, por las calles que los rayos de sol del amanecer, comenzaban a acariciar. Recordó mas tarde haber besado sus finos labios en una desteñida pared de algún lugar de la ciudad, que lloraba en unos versos melancólicos a un amor inolvidable. Pero jamás sospecho, en aquel beso rebalsado de pasión y de ternura, que aquel ángel se volvería inolvidable para su corazón sensible. Ella, luego de algunos segundos, lo apartó con vergüenza, aunque mas tarde le confesaría, mientras el humo de su cigarrillo desdibujaba una sonrisa llena de picardía e inocencia, que no quería que se terminara nunca aquel primer beso.
Dejaron rodar sus manos por sus mejillas. Anduvieron a la deriva, sin rumbo, como si ellos fueran los únicos habitantes del mundo. Volvieron a detenerse en una esquina, donde cuando el sol era robusto, solian celebrarse fiestas para niños. Se volvieron a besar. La noche moría, serena y cálida, en los brazos de un día.
Ella creyó que estaba perdido, pues no acertó a decir a donde iba. Pero el pensaba, mientras el sol se enredaba en sus negros cabellos que le llegaban casi a la cintura que nada más urgente podría existir que dormir en sus brazos.
Se separaron. En un último beso, descubrieron que nacía una locura. El no recordaba su nombre y pensó que mañana la olvidaría. Pero su sonrisa, como una espina, ya había dejado secuelas irreversibles en su alma solitaria. Ella supo que recordaría sus ojos y sus besos cómplices. Pero pensó que le había mentido, pues le dijo primero su segundo nombre, y ese creyó que era un argumento válido para pensar que no lo volvería a ver.
Se volvieron a ver, una mañana de sábado lluviosa. Marzo comenzaba a morirse a ritmo lento pero regular. Ella le había confesado, la noche anterior, estar nerviosa. Lucia un pantalón oscuro y unas sandalias marrones. Su sonrisa, volvió a resultarle hermosa, como un beso al amanecer bajo la lluvia. Y la besó con ternura, mientras dejó enredarse sus cabellos en los dedos de su mano. Noto que sus oscuros ojos se iluminaban, mientras la lluvia llenaba de gotas el vidrio del automóvil.
Al principio hablaron poco. Después, el habló un poco más y ella mucho. Pasearon por la ciudad, se rieron.
La llevo a su palacio, lleno de imperfecciones y humedad. La besó inolvidablemente, mientras la tarde moría, celosa, en el ventanal. La llevó a su alcoba y el mundo volvió a resultarles un lugar relativamente importante. Se amaron con la locura y la desesperación que se quieren aquellos que sospechan que jamás volverán a verse, mientras el resplandor de la luna acariciaba el vidrio de la ventana, rebalsada de gotas de llovizna. Ella observó, con el resplandor de la luna, sus encendidas pupilas celestes y sospechó que quizás en la eternidad podría olvidarlo. El sospechó su sonrisa en la oscuridad y supo que la recordaría hasta la eternidad.
Hicieron un pacto: quererse siempre, no olvidarse nunca. Quizás mañana vuelvan a verse, tal vez ello nunca suceda. Pero ni el tiempo ni la distancia podrán romper la eternidad de cada instante que pasaron juntos…
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