Desafío Creativo VI (sólo para valientes)
Personaje: policía
Lugar: consultorio médico
Género: suspenso
El inspector Gastaldo paseó la mirada por el impecable consultorio médico. Era la primera vez que concurría por un tema ajeno a sus problemas de salud. Una llamarada en el estómago le recordó que necesitaba con urgencia su pastilla para calmar la acidez; la situación comenzaba a impacientarlo.
Observó la pila de libros pulcramente ordenados en la biblioteca. Luego se fijó en la típica fotografía familiar que reposaba sobre el escritorio. En ella el doctor Sánchez sonreía a la cámara con una expresión relajada muy distinta de la actual. Sus ojos estaban fijos en un teléfono blanco; desde ese aparato había efectuado la llamada.
Un recetario y un bolígrafo en el piso eran los únicos elementos fuera de lugar en la escena. Todo lo demás parecía normal; sin embargo…
Por la puerta entreabierta vio como su compañero interrogaba a algunos pacientes. Los rostros reflejaban perplejidad, los ademanes decían más que las palabras.
Un hombre de mediana edad trataba de calmar a su robusta esposa. Gastaldo sabía que ese hombre también había llamado al novecientos once. Necesitaba hacerle varias preguntas.
De repente la señora elevó el tono de voz. Durante unos minutos, el inspector soportó los chillidos histéricos, luego se sintió tentado de callarla de cualquier manera. No lo hizo. Sonrió frente a las ideas que se le habían ocurrido para conseguir ese objetivo y se concentró en el médico que relataba los hechos una vez más.
¿Cómo explicaría aquello a sus superiores? pensó. Un caso complicado. ¿Qué haría a continuación? ¿Decirles a esos locos que dejaran de delirar? En realidad se los veía bastante normales y sus relatos coincidían con gran exactitud.
Interrumpió el monólogo del dóctor Sánchez para preguntar:
-Dígame, doc. ¿Está seguro de que ella entró ahí?
-Mire inspector, yo sé que mis dichos resultan imposibles de creer, pero usted ha comprobado que los pacientes coinciden conmigo. Todos vieron como se metía en el armario. Ese donde guardamos las muestras de medicamentos. No dio ninguna explicación. Yo justo salía para recibir a la señora Rinaldi; era su turno para ser atendida. Por eso la vi. Y después, bueno, la puerta se cerró y...ya sabe.
En ese momento el médico interrumpió el relato y corrió hacia donde estaba la señora Rinaldi que parecía a punto de desmayarse. Su rostro había perdido el color, miraba el armario y gritaba.
El marido la ayudó a sentarse y Sánchez le tomó la presión. Gastaldo se acercó al bendito mueble empotrado en la pared.
Entonces escuchó un murmullo. Más bien parecía un sonido ahogado. O algo similar a un quejido.
Se dio vuelta para observar a los demás pensando si habrían oído lo mismo que él. En sus rostros se notaba cierta mirada expectante, como si lo instaran a revisar aquel mueble una vez más.
Quiso recordarles que ya lo había inspeccionado; finalmente decidió cerrar la boca. La secretaria no estaba allí, ni en ningún otro lugar. Su celular seguía sobre la mesita donde recibía a cada paciente. El abrigo y el bolso de mano colgaban del perchero. Sencillamente se había evaporado.
Una voz en su cabeza le repetía que nada de lo eso podía ser real, pero la curiosidad profesional lo atenazaba. Antes de ingresar al mueble experimentó un vago presentimiento. Había algo en todo aquello que no le gustaba. Se dio cuenta de que sus pensamientos lo estaban traicionando. No podía controlar el miedo, y ya no soportaba más la acidez de estómago. Sin embargo, hizo acopio de valor, desechó el malestar, miró al médico que en ese instante contenía la respiración, y entró.
Apenas lo hizo supo que se había equivocado. Un terror gelatinoso comenzó a deslizarse por su espalda a medida que hurgaba en la penumbra. La sensación de pánico anulaba cualquier razonamiento lógico. De pronto algo rozó su brazo. Quería gritar pero el frío de unos dedos lo aterrorizaba. Comprobó que de sus labios no salía ningún sonido; el miedo había paralizado las cuerdas vocales. La secretaria extendió ambas manos y lo atrajo hacia ella con fuerza inusitada. Afuera le pareció escuchar que su compañero intentaba en vano abrir la puerta, y mientras el cuerpo inhumano de la mujer se acercaba para invitarlo a conocer la profundidad de las tinieblas, su mente policial le susurró que este sería otro caso más sin resolver.
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