Mi padre era, para nosotros sus hijos, 'un hombrón' de 1.85 m de altura y 100 kgs. de peso, quien nos inspiraba gran cariño y mucho respeto. Cuando él nos decia que algo estaba “terminantemente prohibido”, se nos decia que arriegábamos a “provocar su ira” si desobedecíamos provocando el merecido castigo.
Tendria yo unos cinco años de edad (aún no asistía al kindergarden) cuando por las tardes mi madre me colocaba sentado en la ventana de la casa a esperar la llegada del trabajo de mi padre entretenido 'viendo pasar gente'.
Viviamos en ese entonces en la ciudad de Santa Ana, El Salvador, donde habitaba el borracho de la localidad: un desarrapado a quien por las tardes se le veia caminar zigzagueando por las empedradas calles gritando de vez en cuando “!Ay Chihuahua!” probablemente influencia de peliculas mexicanas de la época. Por lo tanto era conocido por todos como “Chihuahua” lo que a el lo molestaba. ¡Ay de aquel que se animara a gritarle !Chihuahua! porque él se volteaba a pelear lanzando improperios o piedras al que huyera, razón mayor para que los 'cipotes' (pibes, muchachos) lo hicieran para escaparse entre grandes risas del iracundo e insultante borracho.
Por supuesto para nosotros, los tres hermanos, nos era 'terminatemente prohibido' hacer tal cosa.
Una tarde en que me encontraba en mi habitual lugar en la ventana, con las piernas entre los barrotes, me sorprendió ver pasar frente a mi tambaleándose a aquel tipo. La tentación fue demasiado y me puse a gritarle a
‘viva voce’ !Chihuahua! !Chihuahua! !Chi...! no logré terminar el tercer grito porque una mano me tomó por el cabello y otra por el cuello y asustadísimo fui a parar a la mitad de la sala.
De pie miré hacia arriba a la faz de mi padre reflejando gran enojo. Se agachó él hacia mi y con voz severa me preguntó ¿No les he dicho que gritarle “Chihuahua” a ese 'bolo' (borracho) está 'terminantemente prohibido'?
Yo me temia lo peor, ya me esperaba el castigo, mas mi padre se enderezó, se encaminó hacia la puerta y saliendo del cuarto somató la puerta detrás de él sin agregar palabra alguna o esperar por mi respuesta.
No sabia yo que pensar, ¿Cual seria mi castigo?
Sin embargo llegó la noche, pasaron los dias y el justo castigo jamás llegó y ninguna mención se hizo del hecho.
Pasaron algunos años pero aquello jamás lo olvidé. Ya estudiante en escuela secundaria les pregunté a mis padres el porqué de aquella extraña conducta. Sonriendo, mi padre me explicó: “ Lo que pasó es que vi tal miedo en tus ojos por tu ‘gran’ desobediencia a tus cinco años que ya no pude mantener la cara seria, sali del cuarto y cerré la puerta para sentarme afuera en una silla a desternillarme de la risa.
“Ah mi viejo, mi querido viejo!”
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