Yo tengo un vecino que con salir a la calle cambia el mundo. Suerte que de vez en cuando llueve y se está quieto dentro. Entonces el mundo discurre sin aspavientos. Tanto es así que en el pueblo rogamos preces por que llueva, aparte ser bueno para el campo. El extraño mecanismo ha sido objeto de minuciosos análisis y debe de corresponder a algo que se escapa a la ciencia, pero es un hecho. No sabemos la razón pero el tío cambia la realidad como el que le da a un interruptor de la luz. Feo es decirlo pero entre las plegarias se entremezclan algunos deseos non sanctos de que deje de darle al manubrio de pasa corriente de la manera que sea. Como quiera que venga el Otoño, se respira un tanto aliviado pues con éste se alternan días de buen y mal tiempo y con ello se restablece la aleatoriedad de la vida que siempre ha sido hasta que alumbró su madre al Jacinto, que así se llama el buen hombre.
Dice- ya la casi mitología- que cuando vino al mundo se abrió en el cielo el mayor rayo que han visto los tiempos, con lo que se abona la tesis de ser un individuo predestinado.
Otros piensan, de todas formas, que vendrán otros Jacintos que siempre han sido por lo que tampoco se alarman mucho de sus poderes; y que es cosa de la vida y sus caprichos y no culpa del vecino.