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“LA HIPOTECA”

En mi bohío nunca faltó la comida, para eso estaba yo, una vaca lechera y un conuco bien sembrado, siendo mi gran preocupación, la adversidad en mi familia.

En mi rancho de tejamanil y yagua reinó siempre la paz y la felicidad en su sentido más amplio, nunca se ocultó el sol sin probarse bocado, ni faltó un pequeño ahorro por si se presentaba un eventual quebranto en la familia.

Matilde se llamada mi mujer, era esbelta, tez blanca, trenzas negras igual que el carbón, ojos fluviales y una sonrisa amplia de inocencia bañaba su rostro angelical.

Me había dado cuatro hijos sanos y hermosos, razón prominente de mi brega cotidiana.

Ahora --en la noción del tiempo—recuerdo cuando entró mi rancho en desgracia; la llegada de Mariano de los países. Conducía una jeepeta color rojo, su cuello lo adornaba dos cadenas gruesas, sus dedos llenos de anillos y una gafa de concha protegían sus ojos del polvo y de los potentes rayos del sol que anunciaban la llegada del verano. Hablaba un lenguaje incoherente, incomprendido por mí que no tuve la oportunidad de visitar nunca la puerta de una escuela. Mostraba fajas de billetes, dólares.

Ese día corrió igual que el agua, el ron y la cerveza en mi campo. Las muchachas reían de gozos al sentirse abrazadas por Mariano, les contaba chistes, les hablaba de cosas extrañas, luces, adelantos tecnológicos, música, computadoras, facilidades y de unas leyes que protegían al ciudadano, es probable que hasta yo me sintiera motivado al oírlo haciendo su relato de lo que acontecía de aquel lado. Sin embargo, pronto se me acabó el encanto, cuando unas cuantas noches mas tarde mi mujer fascinada me hablaba del progreso de Mariano. Un nudo se formó en mi garganta, llenándome de recelo. Asombrado oí hablar a mi mujer. Me hizo varias propuestas, señalándome que debíamos cambiar de vida. Me abrazó y se puso a llorar como una tonta, a decirme cosas que no venían al caso, “Que los hijos estaban desnudos” “Que el próximo año no podían entrar a la escuela” “Que había subido el arroz y la carne no se comía hacia años”, nunca había visto así a mi Matilde en doce años de habernos amancebados.

Esa noche, su rostro mojado de lágrimas me resultó más hermoso y delicado al contemplarlo de ese modo, alumbrado por los rayos escasos de la luz pálida que bañaba la estancia de nuestro rancho. Su propuesta caló mi alma, asintiendo con la cabeza daba el visto bueno a una lluvia de palabras que salían del pecho de Matilde que hacía años en el guardaba y que ahora a la llegada de Mariano encontró el momento propicio para desahogarse.

La tomé entre mis brazos rodeando su cintura potente, se estremeció todo mi cuerpo, mi sangre circuló más aprisa por las venas, el deseo se adueñó de mí, en un abrazo rodamos ceñidos por el suelo.

Esa noche la poseí varias veces, disfrutamos intensamente cada acto, como si fuera la última vez que lo hiciéramos, entregándole en cada beso mi alma, siendo correspondido por ella.

Exhaustos nos dormimos, abrazados uno en brazos del otro hasta el otro día. Desperté sobresaltado, con una vaga ilusión retozando por dentro. A mi memoria llegó la propuesta de mi mujer, dirigí mis ojos hacia donde ella dormía, la contemplé semi-desnuda sobre el lecho. Su cuerpo blanco y juvenil se destacaba hermoso con la claridad del día que comenzaba a nacer. En silencio tomé la sábana entre mis manos para arroparla, un intenso escalofrío recorrió mi espalda, luego dirigí mis pasos a la casa de don Octaviano. Mientras caminaba daba vuelta a la propuesta de Matilde sin poder convencerme a mi mismo; pero, sabia que ella tenía razón, la situación del país se había tornado crítica, no había forma de vida, la educación se había limitado a unos cuantos, la salud era para los ricos y la agricultura—actividad a la que me dedicaba—apenas daba los costos. Había que buscar otro horizonte para criar a los hijos como dignamente Dios manda.

Con este pensamiento llegué a la puerta del rancho de don Octaviano, me ahuequé el sombrero para llamarlo, pero no fue necesario. En ese instante, salió a mi encuentro, saludándome.

¡Hola Nicasio! ¿Qué brisa te trae por aquí?

“Desgraciado oportunista” –dije para mi adentro. El sabía a lo que venía, me lo leía en el rostro.

- ¿Cómo estás?—dije simplemente. Al cabo de un rato argumenté.

- ¡Vengo por negocios!

-¡Aja! ¿Qué clase de negocio?

“Maldito sabandija”.

- Es mi conuco don Octaviano.

- ¡Bien! ¿Cuántos quieres por él?

El sabia de fuente segura que mi conuco era uno de los mejores de la comarca.

--Pues…no es venderlo lo que quiero, es hacer una hipoteca. Necesito ciento cincuenta mil pesos.

--¡Ciento cincuenta mil pesos! No lo vale.

“Desgraciado, usurero saca-tripas”.

--Es que necesito esa suma a más tardar la próxima semana.

--¿Cuál es la prisa si se puede saber?

--No, no, no, ninguna ---contesté un poco nervioso. No quería revelar los planes de mi Matilde.

--¡Bien! Te voy a dar cien mil pesos por la hipoteca de todo el conuco y el rancho, esto si te comprometes a pagar veinte pesos al mes por cada cien pesos, con un plazo no mayor de un año.

Cada palabra de éste avaro salía con precisión, era un hombre experimentado en estos menesteres, él sabía que había llegado la hora o la posibilidad de quedarse con mi rancho.

--¿Estas de acuerdo?—preguntó.

--Si, si… está bien, pienso pagarle mucho antes—le dije.

Me mandó a pasar, después de firmarle con mis digitales unos papeles escritos a máquina donde él había puesto algo a mano, me entregó un fajo de billetes de a mil.

Lo conté, cien billetes en total, ni uno menos, ni uno más.

--Ahí tienes, Nicasio, cien mil pesos, ya sabes, de no pagarme ¡Me quedaré con el rancho y el conuco!

--Está bien, don Octaviano, le cumpliré, téngalo por seguro, mi rancho vale mucho más de eso.

Cerrado el negocio, regresé a mi casa, donde encontré a mi mujer preparando una frugal comida. Al veme salió a mi encuentro, abrazándome y dándome un beso en señal de cariño.

Le entregué el dinero, al tenerlo en su mano se puso a reír de alegría, algo extraño en ella, nunca el dinero la había deslumbrado de ese modo.

Le conté como había adquirido el dinero, indicándole lo que pasaría de no pagarlo en la fecha señalada. Ella me respondió con firmeza y seguridad infundiéndome ánimo.

--¡No te preocupes, Nicasio!, antes de los seis meses pagaremos la hipoteca ¡Eso es seguro!

Una semana más tarde partía rumbo a los países cortejada por Mariano. No he sabido de ella al cabo de diez años que hace que partió del poblado cargada de ilusión y una alegría retractada en su lindo rostro. Hay quienes dicen; la yola en que viajaba zozobró en el canal de la mona, siendo su cuerpo hermoso presa fácil de los hambrientos tiburones. Otros dicen “EXHIBE SU CUERPO codiciado por los hombres para engrosar los bolsillos de Mariano”.

Mi conuco, rancho y mi vaca lechera pasaron a manos de don Octaviano al vencerse el contrato. Hoy mis hijos y yo deambulamos en la capital de un lado a otro sin hogar y sin trabajo seguro, formando fila en el grupo de los desocupados.

JOSE NICANOR DE LA ROSA.



Texto agregado el 22-09-2014, y leído por 441 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
26-09-2014 Ta de la chingada! Maldito amor. Muy buena historia hermano. Triste sobre todo. rhcastro
26-09-2014 La historia es falsa indudablemente;pero deja el alma destrozada y preguntándonos como puede suceder algo así,donde fuera de un esposo hay algo mucho mas poderoso:hijos involucrados. Lo peor es que esto sucede. El dinero cambia a las personas y les provoca una falta de moral impresionante,esto me deja con una sensación terrible de impotencia y dolor***** Está muy bien escrito. Victoria 6236013
22-09-2014 Bien contada historia que duele hasta en los huesos. Triste, conmovedora y pasa en la vida real, más de lo que queramos admitir. Muy bien Nicanor. Un abrazo full. SOFIAMA
22-09-2014 Triste y lamentable, y aún en el supuesto de la ficción, la realidad en el campo es tal cual. Un Abrazo fraterno. Raramuri
22-09-2014 Uuuh ... tristísima historia hermano. Ya me daba mala espina el tal Mariano. con respecto a Octaviano... miserable sabandija, es la historia de nuestros pueblos. Cinco aullidos furiosos yar
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