Cada vez que pienso en las sábanas que se mancharon por el deseo o en la forma en que tus piernas reptaban sobre mis muslos al momento de acomodarte para bien dormir, sueño con el regreso: sueño con tenerte cerca y que al despertar tus amargos labios se peguen en los míos como haciendo el amor, como queriendo no despertar.
Y de pronto los cuervos de la soledad cantan mi melancolía; los pensamientos se hunden en lagunas de llanto que me ahogan al hacerse nudos en mi garganta; tapando todo hasta llegar al corazón, ahí el sentimiento se detiene, aprieta como queriendo estrangular, y entonces busco toser o suspirar para ver si así el sentimiento vuelve a fluir y deja de aglutinar el dolor convertido en recuerdo.
Hoy quisiera escribirte a ti, pero realmente me escribo a mí, a mis recuerdos, le escribo a mis sentimientos que fueron sepultados tras tu partida y bajo mi orgullo. Hoy quisiera decirlo todo cómo si no hubiera muerto a puñaladas de mi soberbia y arrogancia; porqué si hoy estoy frente al papel escribiéndote a ti, en realidad me escribo a mi, a lo que fui, a lo que soy y a lo que no podré perdonarme jamás.
Mis manos, con las que escribo esta carta, que seguro no te llegará ( esta vez no porque no quiera sino porqué no se dónde estás ), han quedado malditas, han dejado de sudar. El calor se fue contigo, mi propio fuego decidió abandonarme y marcharse en ti, ahora queda el frío de las manos que alguna vez apresaron como a un gorrión las tuyas, aquellas que acariciaron tu rostro mientras surgían, como entre sépalos, tus carnosos labios de traición.
Hoy le escribo a mi cobardía pero también a tu compasión, a lo que no pude resolver y tuve que dejar ir; hoy no sé donde estás, cada día imagino que te veré en el bus, en la calle, en los puestos de comida, en el centro comercial, en la plaza pública pero no es así; quiero que nos veamos, que con un abrazo y sin decir palabra, volvamos a empezar, pero no ha sido así; te fuiste como dijiste que lo harías, sin decir una palabra y sin dar un paso atrás, ahora lo entiendo, sin cigarrillo ni café, lo entiendo sentado en la orilla de la cama mientras contemplo el espacio que alguna vez llenaste con tu deliciosa piel.
Te escribo lo que no pude, no quise, y no me atreví a decir, te escribo desde el umbral de mi muerte, fabricado con cobardía y desilusión. Fuiste tú, eras tú y no te supe ver, ¿dónde estarás?, ¿en que putero te hallarás?, pensé que serías la mujer de una sola noche pero hoy me doy cuenta, demasiado tarde, que en una sola noche me mostraste lo que significa ser una mujer, hoy te escribo a ti, tratando de convencerme de que lo que plasmo aquí es para mi, porque no se donde estás, y algo me dice que esto, nunca lo leerás.
|