Amanece en el pueblo de San Juchitán, sobre la tierra hay manchas de sangre, una riña la noche anterior lo podría explicar, pero no hubo festejos ni tertulias, solo existen restos viejos de vida, pareciese estar muerto el lugar, pero la sangre fresca indica la presencia de alguien que pasó herido.
Mauro caminaba perdido por estos tramos de terracería, el sol apenas se posaba sobre los tejados de las casas de barro, Mauro sentía alivio al llegar al pueblo, se sentía salvado, encontraba señales de humanidad, sus labios secos y partidos intentaban pronunciar palabras de auxilio, a su paso salía una mujer indígena que lo sostuvo entre sus brazos fuertes, aquel hombre solo pudo pronunciar lo que necesitaba: -Agua.
La mujer le indica con el dedo índice un pozo a medio construir, Mauro se dirige presuroso al lugar indicado por la india, un pote metálico es arrojado al fondo hasta hacer sonido por el impacto que hace con el agua, el hombre empieza a subir el mecate que amarra la cubeta con el vital líquido; agua fresca y cristalina es jalada hasta llegar a la superficie, Mauro la bebe directo del bote, siente como el agua humedece sus labios agrietados, su garganta se aclara quitando ese sabor terroso que le dejó las polvaredas.
Solo una voz proveniente del fondo del pozo le distrae de su refrescante trago natural, lentamente retira el bote de su boca, colocando su oído en dirección del sonido –Maldito- es lo que cree escuchar.
Mauro (una vez mitigada su sed) se acercaba a la mujer para interrogarle.
-¿Ha escuchado usted?
-Será mejor que entre a la casa señor, no vaya a ser que…mejor pásele, apúrese.
Mauro quien ahora lucía preocupado seguía a la mujer al interior de una de las humildes casas de barro, una vez dentro el hombre apreciaba las pobres condiciones de vivienda, un solo cuarto de cuatro paredes, con una mesita en medio, un horno de barro en una esquina, un petate al otro extremo y algunos sucios y envejecidos cubiertos; múltiples elementos religiosos y altares adornan el interior de la casa.
-Disculpe el mugrero de vivienda que le ofrezco señor…
-Mauro… me llamo Mauro, no se preocupe.
-Bien señor Mauro, agárrese una sillita debe estar agotado, pero tenga cuidado, que está floja no se vaya a caer. Le explico, como usted se dio cuenta somos un pueblo muy viejo y olvidado, aquí en San Juchitán se han suscitado cosas muy feas desde que se murió... la… niña pues, perdone pero no podemos nombrarla, mire como se pone la piel del brazo ¿vio? Como de gallina.
-¿Y esa niña de la que habla? ¿De qué se murió? Digo, si es que se puede saber.
-Sí señor Mauro, pero acérquese más, jálese su silla, no vaya a ser que nos oiga. ¿Listo? Bien, fíjese que hace muchos años aquí en el pueblo, llegó una señora con su niña, pero resulta que la infante se le venía muriendo, goteaba sangre de su piernita, una araña capulina le había picado, la señora pedía auxilio desesperadamente, los hombres del pueblo salieron a su encuentro, observaron a la niña y su herida, dos puntos rojos e hinchados sobre su tobillo indicaban que el veneno ya estaba causándole estragos dentro de su organismo, cuando iban a buscar una solución, uno de los habitantes de aquí, vio algo que hizo paralizar sus acciones; un dije de la santa muerte colgaba del cuello de la niñita. Dirá que somos malas personas, pero aquí en el pueblo somos sumamente religiosos, tememos a Dios, y bueno, la santa muerte representa al mal, por obvias razones se les negó la ayuda.
La niña murió en brazos de la mujer, mientras los pobladores de San Juchitán se retiraban uno a uno, dándole la espalda a la mujer y a su cadáver; la señora gritaba tormentosamente, se desgarraba las cuerdas vocales, solo al final de sus lamentos logramos escuchar su maldición. –Malditos todos ustedes, desde el momento justo en que mi hija ha muerto se quedará con ustedes, y hasta que ella no encuentre alivio y venganza, correrán el mismo destino, los maldigo a ustedes y a sus descendientes, todos están malditos.
A veces se nos aparece la niña, como hace rato en el fondo del pozo; hay quienes dicen haber visto que la señora aventó el cadáver en el mismo; pero yo como muchos, no vimos nada, le dimos la espalda y listo, bueno ahora tenemos la maldición esta, la niña nos espanta y no nos deja vivir en paz. ¿Cómo ve?
Mauro volteaba en todas direcciones, ahora se notaba abrumado, quería decir algo pero solo abría la boca sin poder soltar las palabras, hasta que por fin pudo.
-Lo mejor será que me vaya. No se ofenda.
-¿No se quiere quedar a desayunar? Mire que le vendría bien, se ha puesto muy pálido.
-N-n-no, gracias, agradezco su hospitalidad, pero debo continuar mi camino.
-¿Se espantó con la historia de la señora y la niña verdad?
Mauro se levantaba de golpe de la silla de madera, se alejaba dando pasos hacia atrás, la indígena lo miraba con ojos de extrañeza, al topar el hombre con la puerta de entrada, solo pudo emitir unas últimas palabras a su anfitriona que se desvanecía poco a poco.
-Que Dios se apiade de sus almas malditas y que pronto encuentren reposo. |