El vecino no puede tener un avión, y sin embargo el ruido (el avión bien podría tener un vecino: un vecino avión o un vecino nube o un vecino ruido). Siendo exacto, el ruido sería de una turbina. De grave, sopladura de metal girando y rozando pero sin tocar el metal, a medio, y después agudo, silbato de perros. Pero siempre es agudo, menos agudo, más agudo.
No.
El silbato de perros lo escuchan los perros. A no ser que...
Mi padre no escucha el ruido del tele cuando esta en mute. Tampoco varios de mis amigos. Y sin embargo yo entro a una casa y veo el ruido del silbato de perros del tele que viene de arriba o del estar/comedor.
Un poco absurdo, debe haber un perro, seguro que quizá hay un perro. O un avión. Aunque la lógica (molesta y perturbadora lógica) no acepte ni una alegoría. Porque en treinta metros cuadrados la ciencia diría que cabe un loco que se pone a escuchar a los vecinos pero no puede haber un avión (acaso sí un silbato de perros).
La cuestión filosófica entonces decanta en un para qué. Aunque la modernidad deja abiertas tantas puertas... ya no puede descartarse el gusto fetiche de un vecino por un simulador de vuelo... qué trivial.
Habrá que aterrizar. Eso es. Teclas, taza, dulce de leche, amigos, pestañas. Un ruido de la puerta de al lado de mi puerta, solo eso.
Un silbato de avión.