Amor etílico
Lo supo en su gesto. Por más que apretó los puños, hincándose las uñas en la carne, su sueño no solo no se cumplió, sino que lo vio de romperse y de caer lentamente como una llovizna de polvo en dirección a sus pies.
El pasillo, el hedor a lejía y a cloroformo, el llanto inconsolable de quienes se quedaron y la voz cuadriculada de aquella megafonía con interferencias. Todo se disipó de repente, excepto Javier, que venía hacia ella con el paso desalentado, sin prisas ni ganas.
-Se ha ido, Clara. Han hecho todo cuanto han podido, pero finalmente, la cirrosis le ha ganado la batalla. Lo siento mucho, no sabes cuánto.
No pudo llorar. Más deseó su propia muerte que aceptar la marcha de Eduardo, pues sin él, su vida perdía color, magia y significado.
Se mordió el labio inferior y clavó su mirada desorientada en la compungida de Javier.
-Es por mi culpa-apuntó apenas con un hilo de voz.
-¿Qué dices, Clara? Eduardo era alcohólico y tenía el hígado destrozado.
Clara se frotó los ojos con agonía y los labios le temblaron. Javier, su adorable compañero de oficina, ignoraba que Eduardo se propuso luchar y dejó de beber durante un tiempo,
-Si, es cierto que su hígado estaba mal, pero una mañana le sorprendí frente al espejo del dormitorio reprochándose a si mismo su adicción-recordó la escena y hubo de hacer una pausa-. Prometió ser fuerte y se propuso dejarlo. Sabía que no iba a ser fácil, pero tenía la esperanza de que si demostraba sus logros, los médicos consentirían hacerle un transplante-sorbió del dolor que le manó por la nariz-. Y lo logró. Un año sin beber y entró en lista de espera.
-No sabía nada, Clara-adoptó una mueca de asombro-¿Por qué no me lo dijiste?
-Porque fue entonces cuando comenzó mi calvario.
Javier se sorprendió aun más.
-¿Tu calvario, Clara?-sacudió la cabeza-. ¿Me estás diciendo que tu calvario comenzó justo cuando dejó de beber? No lo entiendo ¿Eduardo entró en lista de espera para un trasplante de hígado y eso te disgustó? ¡Pero si debiera de haber sido todo lo contrario!
Clara recogió su bolso del asiento y se lo colgó del hombro; luego, se cruzó de brazos y se estrechó a sí misma.
-No podía más, Javier. Desde que dejó de beber, las cosas cambiaron. Eduardo dejó de ser quien era y se convirtió en un extraño para mi-sonrió con amagura-. Por eso le incité a beber de nuevo. Con el primer brindis, recayó en el alcoholismo y le recuperé. Fue fácil, porque al reengancharse con mayor ansia, su adicción empeoró y yo me sentí de nuevo en casa.
Javier tenía los ojos profundamente abiertos. Aquél absurdo relato le produjo una profunda crispación.
-¿Por qué, Clara? Dime por qué.
-Porque sólo cuando estaba borracho, me decía que me quería.
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