Requiescat in pace

-¿Por qué estás tan callada, Mercedes?
-Porque me aburro, Germán. Echo de menos la vida. ¿Tú no?
-No. Yo estoy bien asi.
-Dices eso porque siempre has sido muy tuyo, pero no me creo una palabra. Estas muerto y enterrado, Germán.
-Como tú.
-Si, pero yo no me conformo. ¡Valiente desilusión! O Dios se ha olvidado de nosotros o esto es lo que nos espera durante toda la eternidad. ¿Te imaginas?
-¿Y qué? Tan ricamente.

Durante un par de minutos, se hizo el silencio.

-¿Sabes en quién estoy pensando, Germán?
-No.
-Pienso en nuestra nieta. Ya tiene quince años y debe estar preciosa. Lástima que tú no llegaste a conocerla! ¡Era tan pequeñita y tan rubia! Un ángel, Germán. Cuando nació era como un ángel. Qué pena que te murieses justo un par de dias antes de que naciera. ¡Manda narices lo tuyo!
-No, si ahora voy a ser yo el culpable de que me diese el infarto, no te digo.
-El médico te dijo que cuidases tu corazón, pero tú erre que erre con el dichoso tabaco. Y ya ves para lo que te sirvió, para morirte de un infarto y perderte el nacimiento de tu nieta.
-Tú nunca fumaste y estás donde yo, en la tumba.
-Si, pero viví cinco años más que tú.
-Pues ya ves tú lo que me importa. ¡Anda ya!

Se hizo otro silencio que interrumpió una pequeña risotada.

-¿De qué te ríes, Germán?
-Del imbécil de mi hermano. Se murió sin saber por qué en el pueblo le decían "el botijo" jajaja...Había noches que no dormía tratando de dar con el por qué del mote, y un dia llegó a la conclusión de que era por su hechura, jajaja...No andaba errado, aunque no era por la hechura que él sospechaba, no, jajaja...
-¿Por qué entonces?
-Por el pitorro, jajaja...Lo tenía tan pequeño como el de un botijo, Mercedes. La primera chica con la que salió lo pregonó por todo el pueblo a voz en vivo, pero él nunca se enteró, jajaja...¡Claro, como siempre estaba en la hinopia, jajaja...!
-No seas desconsiderado Germán, que es tu hermano.
-Que le zurzan. ¡ Con lo agarrado que era el gachó! No te daba un vaso de agua así te viera disecado. ¡Qué tio! En los setenta años que cumplí en vida, no vi cosa igual.
-Bueno, no niego que era bastante tacaño, pero eso no te da derecho a burlarte de él, Germán. No seas desconsiderado, hombre.

El tercer silencio duró un tanto más.

-Mercedes...
-Qué.
-Tú que estás ahi arriba...¿alguna vez has vuelto a ver la luz del sol?
-¿Estás tonto o qué? ¿Cómo iba a verla, si estoy tan muerta como tú?
-Mujer, porque he supuesto que a lo mejor los rayos del sol se colaban por alguna rendija de la sepultura y que tal vez...
-Pues has supuesto mal, porque no me entra ni el aire, Germán.
-Qué pena. ¿Ves? Eso si lo echo de menos, Mercedes. La luz del sol.
-Como tonto, vaya.
-Recuerdo aquellos preciosos amaneceres en el jardín de nuestra casa. Tú regando los rosales y yo cuidando de la vid. ¡Era tan bonito! Me encantaba el aroma de la madreselva y de los alhelies. ¡Y ver el cielo cuajado de estrellas, el canto de los grillos, los brotes de los árboles en primavera, escuchar a los golondrinas que hacían nido en el alero del tejado, el sabor de tus guisos, la sonrisa de la gente, la voz de nuestro hijo, la hora de la siesta, el olor del café recién hecho, el sonido del agua al abrir el grifo, la suavidad de tu piel, las mariposas...

Mercedes interrumpió la oratoria de su esposo y llegó el cuarto silencio.

-Germán...
-Qué.
-La vida era hermosa, ¿verdad?
-Si. Realmente hermosa.
-Entonces la echas de menos, ¿no?
-Mucho.
-Antes dijiste que no.
-¿Y qué iba a decirte, mujer? No quería ponerte triste, que bastante tenemos con estar muertos.
-Germán...
-Qué.
-Te quiero mucho.
-Y yo a ti, Mercedes. Y yo a ti.