No, no lo habían entendido. Su cuadro, su obra maestra, la que solamente él sabía cómo fue creada, no ganó el premio mayor ¡Qué premio mayor! Ni siquiera una mención honrosa que ya sería un insulto a su condición de pintor consagrado. Simplemente no lo comprendieron. Ellos llegaban sólo a la abstracción. Lo de él superaba esas antigüedades. Le parecía tan raro que al tenerla frente a sus narices no la sintieran palpitar, respirar y hasta jadear. No podía explicárselo.
Todo comenzó una tarde en que, aburrido de ver tanta inmundicia en una exposición de pintura, decidió hacer algo nuevo. No sería ya el pintor que copia paisajes que son siempre superados por la belleza natural, ni retratos, ni ninguna de esas simplezas que abundan por plazas y galerías. Tenía que hacer algo diferente. Decidió pintar el alma.
Alquiló para tal fin la buhardilla de una vieja casona de Barranco a la que se llegaba por una escalera de caracol, ingresando por la puerta trasera, lo cual era una ventaja pues la relación con los demás miembros de la casa era prácticamente nula. El lugar era agradable, bastante alejado del ruido mundano, con una ventana por la que se podía divisar el mar y que colindaba con un terreno baldío, circunstancia que al inicio no dio la menor importancia.
Iniciar su pintura no fue nada sencillo. Observó durante noches enteras sus masillas multicolores sin poder darles el uso conveniente. Pensó por momentos abandonarlo todo y hasta llegó a creer que lo que se había propuesto era algo rayano en la estupidez. Pero algo más fuerte lo hacía persistir. Desesperado por la frustración, caminó sin importarle el frío y la garúa. Sus pasos lo llevaron a la casa de Margarita, una vieja amiga, con quien sin ataduras, solían compartir su reconocida soledad. No sé en qué momento de su larga conversación la vio llorar, cosa que tampoco tenía nada de extraño ya que Marga- así la llamaba - era de una labilidad extrema. Fue al ver sus lágrimas por las mejillas cuando se le ocurrió que esa sustancia cristalina y vítrea era el resultado de manifestaciones emocionales del alma de su amiga y sería una excelente materia prima para sus propósitos. Rápidamente buscó un frasco y ante su mirada de estupor obtuvo algunas gotas; luego la acarició y ella lo abrazo estrechamente llevándolo hacia el diván. Allí empezaron a amarse. Todo iba bien hasta que miró esos ojos que irradiaban deseo, pasión, lujuria y no supo cuántas otras emociones. Más aún, cuando apretó su garganta, levemente al principio, fuertemente después. Salió de la casa con la convicción de quien encontró su derrotero, llevando en el bolsillo del saco el producto que luego de un sencillo tratamiento de maceración, probaría para lograr sus objetivos trazados. Puso el lienzo en el caballete e inicio su obra.
Margarita, su bella Margarita tenía escondidos en los ojos más de lo que habría podido imaginar. Sus pinceles viajaban por la tela guiadas por no sé qué fuerza que desbordaba su sistema motor, las moléculas con sus átomos y éstos con sus neutrones y protones danzaban mezclando lo concreto y lo etéreo. Vio desfilar ante sus ya sorprendidos ojos los más simples sentimientos, hasta los más profundos que iba plasmando de una forma sublime, jamás imaginada, hasta que sintió un escalofrío. La materia prima se terminaba. Urgía buscar una solución, Corrió escaleras abajo, caminó hasta el cansancio sentándose al fin descorazonado en el banco de un parque ¡Suerte suya!... Un poeta, nada menos que un poeta se sentó a su lado. Se hicieron amigos y lo invitó a su taller. Le leyó sus versos; esperó pacientemente el momento crucial de su inspiración y...obtuvo la materia prima.
Desfilaron desde entonces por su taller músicos, escritores, delincuentes, políticos, prostitutas. En fin, personas de todo tipo y condición. Y sin embargo, su cuadro le pedía más, como si un apetito inagotable se hubiera apoderado de él. Era hermoso, muy hermoso, tanto que podría darlo por terminado, pero lo sabía inconcluso. Se debatió en la más profunda de las depresiones y dejó de comer y dormir. Recostado en su vieja cama sintió pasar el tiempo (Horas, días, semanas, no lo sabía) y decidió dejarse morir. Morir sin ver su obra terminada.
Fue al ver reflejado su rostro en el espejo con la barba crecida que notó cuánto había envejecido. Vio las profundas ojeras y, encima de ellas, sus ojos ¡Sus ojos! En todo había pensado menos en eso. Tomó la navaja de afeitar y con manos de cirujano, sin proferir lamento alguno y con la felicidad de ver cercano el fin, prosiguió el concierto más excelso de su vida. Al principio fue sólo como un leve murmullo, luego percibió su respiración y sus latidos. SU CUADRO ESTABA VIVO. Era lo más maravilloso desde la creación de las cosas y él era el autor. Se sintió un Dios. No podía ser menos. Sin embargo, pese a eso, los críticos la desecharon.
Ahora, escucha pisadas a su alrededor y voces altisonantes de gente que le pregunta cosas que no entiende.
Parece que en el terreno baldío van a edificar. Han encontrado la materia inerte que arrojaba por la ventana mordisqueada por los perros que por aquí abundan. Unos dicen que lo enviarán a la cárcel y otros a un hospital para enfermos mentales .Para él esto no tenía la menor importancia
Pero lo que sí le dolía es que su obra maestra no fue comprendida. No saben los críticos-repetía siempre en el pabellón psiquiátrico-, no saben los muy necios que el alma humana es como un océano, que cuanto más nos profundizamos en él, más oscuridad encontramos.
Su cuadro era negro, solamente negro...de una profunda, vital, exquisita e incomprendida negrura…
(Reposición)
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