Trabajo como policía del departamento Estatal de Santa Lucía, con número de agente policial número 3940, mi nombre es Herbert Sánchez; tengo más de quince años de servicio y jamás había visto ni vivido algo como lo que hace varios días experimenté. Creerme o no depende de su apertura mental.
Siempre disfrutaba hacer rondas nocturnas con mi compañero en turno, realmente la ciudad es tranquila, pocas ocasiones hemos atendido situaciones fuertes y/o complicadas, casi siempre son vagos o jóvenes que han abusado del alcohol. Pero la noche que relataré me ha marcado fuertemente.
Nos encontrábamos realizando un recorrido, mi compañero de esa noche era el oficial Bryan Smethz; en punto de las dos de la mañana recibimos un comunicado de la base, teníamos que estar presentes a cinco cuadras de donde estábamos, una mujer había llamado reportando que su esposo estaba intentando asesinarla. Detestaba esa zona, evitaba pasar por ahí, es un lugar en donde vive gente chiflada, muchas bromas telefónicas han salido de ahí, y era un lugar frecuentado por drogadictos.
Al ingresar a la colonia pareciese que cambiamos de ciudad, es un vecindario pobre y las moradas de los hogares están descuidadas, las casas lucían maderas deterioradas, la que visitábamos en cuestión se encontraba al final de la calle, nos aparcamos enfrente del domicilio, confieso que nos daba mala espina el aspecto tétrico del hogar, el pasto del jardín estaba crecido y la luz de la calle titilaba, nos comunicamos con la base para reportar nuestra ubicación, haciéndole saber que no se percibía ninguna actividad y que la casa lucía abandonada (la verdad era que estábamos un poco nerviosos, queríamos largarnos) cuando un grito ensordecedor femenino sonó desde el interior del domicilio, teníamos que apresurarnos, un crimen se cometía enfrente de nuestras narices.
Bajamos de la unidad vehicular a la vez que desenfundábamos nuestras armas, atravesábamos ese horrible patio, y nos parábamos enfrente de la puerta de entrada, otro grito de auxilio sonaba desde el interior, golpee la puerta con la suela de mi zapato, mi patada hizo abrir la apolillada puerta, una vez dentro notamos que la casa no lucía tan deteriorada y abandonada como desde afuera se apreciaba, había mucha iluminación y la decoración era acogedora.
Empezamos a identificarnos levantado la voz y a preguntar por la autora de la llamada de auxilio, en la segunda planta escuchamos un sollozo que nos hizo precipitarnos por las escaleras, al llegar arriba un largo pasillo con puertas a los costados nos recibía, la mujer afectada gritaba – ¡sálvenme por favor!- corrimos hacia la última puerta del pasillo, de ahí venía el lamento, sobre el hermoso tapiz de las paredes había manchas de sangre fresca.
Al llegar a la puerta, ésta estaba cerrada, ni a patadas y golpes de hombro cedía, la mujer empezó a pedir ayuda con desespero, gritando -¡Está aquí! Ayúdenme, ¡me va a matar!- mi compañero disparó un par de veces sobre el pomo de la puerta, está cedió y pudimos ser testigos del terrible crimen.
Un hombre (asumimos el esposo) de cuarenta años de edad aproximadamente, asestaba con un cuchillo de carnicero severas heridas sobre su víctima, la sangre salía disparada cada vez que golpeaba con el filo de la hoja del cuchillo, la mujer emitía gritos aterradoras , disparé un solo tiro contra el agresor, justo en el momento en que apreté el gatillo, la luz del cuarto y de toda la casa se fue.
Estábamos a oscuras y no escuchábamos nada, el oficial Smethz sacó su linterna, alumbrando hacia la posición en donde se estaba cometiendo el crimen, no había nada, solo la luz alumbraba una pared sucia y manchada de sangre seca, sentí como la piel de la espalda se me erizaba, estábamos confundidos.
Toda la casa estaba oscura y dejó de lucir como hace unos momentos la encontramos, ahora se había convertido en una casa deteriorada y abandonada. Yo ya había sacado mi linterna también, alumbraba con cuidado por donde pisábamos, la vieja estructura de la casa podría resultar peligrosa.
Un ruido empezó a inquietarnos, era un sonido chirriante que se escuchaba en la planta baja, sonaba en vaivén, pero no atinábamos a reconocer a que pertenecía, teníamos nuestras armas apuntando alto, nuestros equipos de comunicación no funcionaban, era imposible reportarse con base, de ellos solo se emitía interferencia, bajamos las escaleras con cuidado, el sonido chirriante se acrecentaba, volteábamos constantemente, paso a paso movíamos la linterna en todas direcciones.
Al llegar a la planta baja el sonido cesó, la luz de nuestras lámparas daban con el origen del ruido; era el asesino de la mujer, el sonido chirriante en vaivén lo producía una soga que tenía atada al cuello, estaba colgado y moviéndose como un péndulo en cámara lenta, su lengua morada salía de sus labios anchos, marcas de quemaduras por la soga se dibujaban alrededor de su cuello.
Mi compañero y yo corrimos a toda prisa, salimos disparados directo a nuestra unidad vehicular, manejando casi chocábamos con todo lo que estuviera en nuestro camino, mis manos temblaban, no podía borrar la imagen de mi mente.
A partir de esa noche en base reportan que constantemente reciben a la misma hora la llamada de la mujer que se comunicó esa noche, esperando que alguien le salvé de su asesinato perpetrado hace más de treinta años. |