LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
Aquella tarde Máximo se encontraba cómodamente instalado frente a su televisor. Su jubilación le permitía disfrutar de sus programas favoritos y tenía pocas obligaciones que cumplir, a no ser cuidarse de su incipiente aterosclerosis y seguir al pie de la letra el tratamiento que le había indicado el médico.
A veces se olvidaba de tomar sus medicinas, pero Beba , su mujer, siempre se lo hacía recordar. Es decir, siempre que ella se encontrara en casa, porque esta vez ella había viajado a una localidad vecina para solucionar unos problemas de familia.
Máximo se sentía en el paraíso sin los rezongos y recomendaciones de Beba. Cuando manejaba su antiguo Fiat verde alimonado, ella siempre estaba alerta por si hacía una mala maniobra, y eso lo ponía de mal humor.
Ahora, libre por unos días de la vigilancia de su mujer había ido a dar una vuelta en su viejo automóvil, y después de estacionarlo en la calle, ya que no contaba con un garaje para guardarlo, se dispuso a descansar y a mirar su serie favorita.
De vez en cuando, Máximo se asomaba desde la ventana de su departamento ubicado en un quinto piso, para vigilar si su auto estaba donde lo había dejado, pero se alarmó muchísimo al ver que una persona estaba intentando entrar en el interior de su inconfundible automóvil verde alimonado.
Seguidamente la persona se introdujo en su auto y lo estaba poniendo en marcha. Máximo no lo podía creer… No podía permitir que se lo robaran delante de sus propias narices. Para colmo no se acordaba el número que debía discar en caso de emergencia…
Desesperadamente y ciego por la impotencia pudo ver cuan descaradamente el ladrón esperaba que el motor se calentara antes de huir con su automóvil.
Entonces recordó que años atrás había comprado un arma para prevenirse contra la inseguridad, pero no recordaba dónde la había guardado, así que revolvió en los armarios y en los lugares más recónditos, cuando por fin la encontró. Seguramente estaba descargada, pero ya no tenía tiempo de buscar la caja de balas, ya que su Fiat comenzaba a ponerse en marcha, por lo que en un gesto impulsivo y sólo por descargar su tensión apuntó hacia la calle y disparó.
Escuchó el silbido de la bala que, contra su propia suposición, dio en el blanco y pudo ver cómo la persona se desplomaba en el asiento y su automóvil fue a estrellarse contra una pared.
Atónito, pudo contemplar la escena que se sucedió después, como en un sueño, ante sus ojos. Gente que se amontonaba alrededor del auto, la ambulancia que llegó en pocos minutos haciendo sonar la sirena, la policía…., varias personas señalando con el dedo su propia ventana…
Finalmente, después de varias maniobras efectuadas por el personal médico, el cuerpo de la persona fue colocado en una camilla y cubierto por completo con una bolsa negra de plástico antes de ser transportado en la ambulancia, que partió inmediatamente.
La sirena aún resonaba en los oídos de Máximo cuando un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Aterrorizado recordó que, al no encontrar aquella tarde un lugar para estacionar frente a su domicilio, había dejado su auto verde alimonado, provisoriamente, en la cuadra siguiente.
Ahora estaban llamando a su puerta…
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