AMARRADO
Cuando Franco despertó en medio de la obscuridad sintió un fuerte dolor de cabeza. No tenía idea de que había pasado, ni porque sus brazos estaban atados a los de la silla. Procuró moverse pero era inútil, todo su cuerpo estaba amarrado. Respiró profundo, intentó controlar sus miedos y agudizar los sentidos. A medida que su vista se acomodaba a la obscuridad empezó a reconocer su propio sótano, pronto escuchó los pasos de su mujer que se acercaba.
En esos segundos que le parecían horas trató de recordar. Él estaba caminando por el pasillo, ya habían pasado de las seis, buscó la copia de la llave que tenía escondida en una caja de zapatos y se puso el abrigo, en silencio había salido de la habitación para que no lo oyera... Luego de eso se había despertado en el sótano.
El terror comenzó a dominarlo, finalmente Bárbara se había vuelto loca.
Todos los viernes Franco iba para ir a visitar a su madre, lo que se había convertido en una misión funesta debido a los celos de su mujer. En los últimos dos años ella se había transformado en una mujer insoportable, la relación entre Franco y Carlota le fastidiaba de sobre manera. Por lo que cada viernes buscaba una nueva forma de hacerlo quedar en casa, al principio era con lágrimas, luego peleas, y hasta actos infantiles como cerrarle la puerta y esconder todas las llaves de la casa.
Cuando finalmente se abrió la puerta sintió como si alguien le oprimiera el pecho, no podía respirar como si así evitase que ella bajara los escalones.
Por un instante lo inundaron las imágenes de su amor. La tarde de la maratón de los diez kilómetros. Él se había anotado sin haber corrido en su vida, en cuanto oyó el disparo se había apresurado a correr quedándose sin aire a los 200 metros y caído redondo al piso. Bárbara, se acercó le puso una bolsa en la boca y pronto volvió en si. Ella se burló varias veces de él, y terminaron juntos en un café. Los años, la rutina, habían convertido a esa radiante y dulce mujer, en una persona amargada, manipuladora y celosa. Y era esa la que bajaba las escaleras con una sonrisa en al cara, estaba contenta de que hubiera despertado.
Un frío le recorría el cuerpo, en la mano derecha de su mujer podía contemplar un cuchillo, cerro los ojos y le imploró a Dios que la alejara, pero Dios estaba ocupado y esta vez ella lograría que se quede en casa. |