Si supieras, Laura.
¿Por qué dejaste tu aroma en la almohada?
Para que no suelte el extremo de la cuerda.
¿Por qué, aún ausente, siento cómo tu mano acaricia mi espalda, dejándome dormido en el cálido abrigo de tu respiración?
Para que tu recuerdo estreche el espacio, impidiéndome avanzar.
No sé dónde estás, y sin embargo, intuyo que me piensas. Cuando miras las estrellas, cuando domas al viento, cuando intentas huir y regresas de nuevo al punto de partida.
¿Cómo haré para rescatar mi alma de este océano insondable al que me has arrojado?
La lluvia me quema porque me has expulsado del albergue de tu pecho. Con cada gota, con cada grado, con todas y cada una de sus moléculas. El vacío se cuela por el agüjero que me abriste en la frente, fracturando esta vida que no puedo vivir sin ti.
Quiero abrir los ojos y descubrirte a mi lado, pero mi lado está hueco, como hueco está mi destino en el mapa de tu sentir. ¿Y sabes qué? Se me clavan en los ojos los ángulos del techo, los cristales de la ventana y la oscuridad del dormitorio.
Nuestro dormitorio, Laura. Nuestra vida, amor. Nuestros susurros, nuestras palabras, nuestros secretos.
Tu boca estampó un beso gélido en mi mejilla y te bajaste del tren. ¿Por qué, Laura? Si te di mi piel en invierno y todas las flores del jardín en primavera. Si te regalé el caudal de mi torrente sanguíneo y me arranqué la sombra para ponerla a tus pies.
Me duele tanto pensarte...
Qué crueldad la tuya, amor. Porque desamparas esta fiebre que incendia todo mi ser y me privas del orgullo de saberme tuyo. De la noche a la mañana, sin mediar palabra. Como la muerte súbita. Como aquella vez que nos sorprendió la lluvia a la mitad de un beso. ¿Te acuerdas?
¿Por qué?
Me sostengo el corazón con una mano. Con la otra, me limpio las lágrimas.
Si me vieras, Laura...Si supieras, amor...
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