Zutterchland se encuentra sobre el océano pacífico, a novecientos veinte kilómetros del Japón. Los autores que he leído difieren en razones que expliquen por qué éstas dos islas, estando tan cerca geográficamente, mantienen una distancia cultural tan vasta. Las opiniones más acertadas, creo yo, son aquellas que argumentan que los habitantes de Zutterchland jamás tomaron como ruta de navegación aquella que se dirige a la isla vecina sino que, por el contrario, se vieron obligados –por el azar, o por alguna dificultad en las aguas- a navegar hacia el sur, tomando contacto comercial con Australia y estableciendo una relación monopólica de importaciones y exportaciones con ellos.
Esas navegaciones se registran en algunas crónicas escritas por el capitán Sljavock, que hasta hace algún tiempo eran consideradas por los eruditos de las Letras como crónicas meramente literarias. No los culpamos; las pretensiones surrealistas con las que fueron escritas confundirían a cualquier crítico (se sabe ahora que el capitán Sljavock, además de capitán, escribía en una revista literaria). En ellas se mencionan, por ejemplo, moluscos gigantes, y una ballena que emite sonidos que causa efectos soporíferos en los tripulantes de cualquier barco de cualquier nación.
Ni en mapas, ni en globos terráqueos, ni en las más precisas cartografías apareció Zutterchland, hasta mediar, por lo menos, el siglo XIX, cuando Aurelio Caraviaggiani, navegador y conquistador italiano, las “descubrió”. En verdad, lejos estuvo de descubrir algo, porque la isla ya estaba descubierta por sus habitantes y por sus opresores económicos (un reducido círculo político-burgués de australianos).
La isla vive esencialmente gracias a la producción de azúcares y de alcoholes, pero miente quien dice que su industria no es vasta y desarrollada. Han emprendido, desde los últimos treinta años, un proceso de industrialización rápido y eficaz. El principal responsable de esto es el Coronel Karabiajand, quién ha estado en el poder desde los principios de la década del ´30. Ya viejo, tuve oportunidad de conocerlo. Sus rasgos físicos no difieren de los de su etnia: altísimo, de tez morena y pelo blanco, con los ojos esféricos y claros. En cuanto a su personalidad, sí contrasta con la del resto de sus compatriotas: posee el vicio del análisis intelectual y filosófico, era asiduo de lecturas y propenso a la precaución. Su pueblo, en cambio, por lo que pude ver, es un pueblo más bien arraigado en tradiciones, las cuales utilizan como sistema de pensamiento y de valores. Esta acción los exime del arduo trabajo del pensamiento. Su criterio es nulo, y está constituido por un pequeño, pero complejo, número de prejuicios.
La mujer de Zutterchland es un género oprimido. En esto no difieren tanto del resto de las sociedades –tanto orientales como occidentales. Se casan bajo un régimen de cercanía –es decir, el hombre soltero más cercano es propietario de la mujer soltera más cercana- y la ceremonia se realiza en el cumpleaños duodécimo de la muchacha (la edad del hombre es variable y comprende el espectro que va desde los dieciséis hasta los cincuenta y siete años). Luego, cuando la niña ingresa en la vida matrimonial, es donde se produce la ruptura sociológica con el resto de las culturas civilizadas que conocemos. Ellas son quienes trabajan la tierra y en las fábricas. El hombre se encarga del cuidado de los niños, de la casa y se ejercitan en el arte de la orfebrería. Parecen ir en contra de los preceptos de la naturaleza y del sentido común que indica que la mujer, por ser el sexo débil físicamente, debe resguardarse en su hogar.
Tuve la oportunidad de entrevistar a Casidriha, una mujer que no superaba los veinte años y que ya tenía la piel cortada y reseca por el calor y el trabajo. |