Aprendí tanto de esta soledad, que me envuelve como el viento a las hojas en invierno que ya no me duele tu ausencia, me acostumbre a despertar en medio de la oscuridad, que irónicamente, ella suele ser hoy mi única luz,
Mis manos, quietas y pálidas, como las páginas de un viejo libro de poemas, que me regalaste. En esta triste y serena noche, que evoco tu recuerdo, cerrando los ojos, veo aun con nitidez, tu candido rostro, escucho tus habituales frases de amor, que yo ingenua creí que salían de tu corazón, pero tarde comprendí que todo en ti era falsedad y engaño, y así te perdí, igual que pierdo las horas del día pensando en como seguiré viviendo sin tus mentiras, que eran para mi, el pan de cada día.
Fija siempre mi mirada en el portal donde cada tarde te espera, y puedo sentir aun el aroma de tu perfume, que se asemeja al de las rosas secas de mi jardín que se muere igual que mi alma sin el reflejo de la tuya. Al llegar la noche todo vuelve a ser igual en nuestra casa, la mesa servida para dos, tu sillón favorito, vacío te espera, mientras se deteriora con el pasos de los años, y aun que el reloj se haya parado cuando te fuiste, a fuera la vida sigue, soy yo quien se quedo en el pasado donde fui tan feliz, que ya no me duele estar sin ti. Si desearía tenerte y saberte solo mío, y cerrar estas herida que ya no sangran, pero marcan si el rumbo de mi destino.
La madrugada se desdibuja en la ventana de mi cuarto, que es una cárcel sin rejas, soy una prisionera condenada a la terrible de las condenas que es terminar mi vida sin ti.