Que no, no quiero, no quiero. Que te acercas con esa cara dura, tu sonrisa de niña traviesa, esas manos cargadas de placer, tus formas de hada y mujer, y ya estoy escuchando caer la armadura.
Que lo que yo quiero es un pase de temporada para el parque que hay bajo tu ombligo. Aprenderme de memoria las constelaciones de tu cuerpo desnudo. Un mordisco a contrarreloj y contra la pared. Tus ojos gritándome sin voz "no me dejes así, por favor. Y tus dientes tatuados en mis caderas.
Lo que yo quiero es la libertad de elegir mis propias cadenas. Y dejar que me ates con ellas a la cama, o a donde tú quieras. Ahogarme en tu saliva después de corrernos diez, cien, mil veces hasta que -al fin- te vayas.
Pero no es justo que me robes el sueño si no estás en mi cama. Y me dejes a solas con todas estas ganas.
Ha pasado mucho tiempo desde que prometí no volver a hacerlo y mira, aquí, te estoy queriendo. Imposible no enamorarse de tus ojos de gata, de tu voz melosa susurrándome lo que vas a hacer antes que te delaten las manos. Inviable seguir manteniendo la compostura con tus piernas enlazadas a mis caderas, y tu boca recorriendo a mordiscos cada centímetro de mi cuerpo.
Llegas y te vas adentrando como el sonido de tu orgasmo en mis venas, como una ola con el cambio de marea. Te cuelas en mi vida como hiciste en la cama: despacio, pausada y pasionaria. Me conquistas como a un barco especiero con tu alma de pirata. Y ya no salgo huyendo si me llamas amor, y después de follar duermes a mi lado.
Ahora espero ver tu rostro al alba y desayunarte cada mañana, mientras preparo café, sobre el suelo de la casa.
Te quise tanto que me olvidé de tu nombre. Bauticé a otras de ti, fundiendo recuerdo con presente y olvido, hasta perderte en un mar de iguales distintas a ti.
Te quise tanto que llegué a odiarte a veces, a cada palabra que escupías cual dardo certero al corazón de mi diana.
Te quise tanto que fuiste espejo donde se miraban mis miedos cada mañana, tu luz los eclipsaba y me devolvía al mundo de una pieza, y con las costuras remendadas.
Te quise tanto que te dejé volar, a sabiendas de que no regresarías jamás. La que volvía ya no eras tú más.
Te quise tanto que no cesé de buscarte y, con un puñado de palabras me encontrabas, revolucionándome toda, poniendo mi vida boca arriba como una perra esperando las caricias de su ama.
Te quise tanto que dejé de hacerlo para que fuera el amor quien me hiciera a mi, contigo (y aún sin ti).
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