No te pido que me quieras, ni mucho menos que me ames, a nadie se obliga a querer,
En mis amaneceres silenciosos,
Te apareces en mi cabeza como un pensamiento frívolo e inestable, que me hace temblar desde lo profundo mi propia fuerza... Cuando te vas misteriosamente por largos caminos y no sé nada de tí, siento que me ahogo en el mar del infortunio de la soledad. Una soledad infinita que traspasa las fronteras de mi propio yo, de mi existir, de mi respirar, de mi caminar, no puedo dejar huella, pues estoy perdida en la oscuridad
del dolor, para siempre.
Pero de repente, si aparecieras en mi puerta, si vinieras a mí, ese sentimiento se iría. Volvería la sonrisa; la flor tomaría un nuevo color, un tono que no existe; pero que llena de felicidad aquellas flores deshojadas y tendría un jardín vistoso...
Si tú aparecieras mis ojos iluminarían el universo;
Si tú aparecieras todo tomaría otro rumbo;
Si tú aparecieras todo aquello que un día me quiso desaparecer, me daría fuerza para nacer de nuevo. |