0:20 am.
Se termina julio. He cumplido en este mes los cincuenta y nueve, y aún no sé hacia dónde se dirige mi vida. Esto podría parecer mentira, pero no lo es: no acabo por saber hacia dónde voy. Y eso es terrible porque parezco no exigirme nada, no cumplir con nada, no comprometerme con nada.
Si trato de analizarme un poco, empezaría por decir que algo me falta, algo intangible e indefinible que no logro atrapar, que me hace sentirme inútil, desorientado, desobligado. Y la sensación o el sentimiento que se genera, no es demasiado grato, más bien es duro y molesto, inquietante, algo muy parecido a la angustia, a la desesperación.
Sé muy bien que hablar y hablar una y otra vez sobre lo mismo es aburrido y chocoso y que con tantas quejas y palabras no avanzo hacia ningún lado.
De momento sigo leyendo a Llosa; estoy seducido por los breves ensayos de “La verdad de las mentiras”.
Los ojos se me cierran de sueño, pero vuelvo a abrirlos. La luz de mi cerebro parece encenderse de nuevo.
5:08 am.
Han pasado menos de cinco horas y vuelvo a este cuaderno. Por alguna razón que quizás recuerdo, se me viene a la memoria el título de un libro: “Cinco horas con Mario”, creo que de Alberto Moravia, del cual, finalmente no he leído nada, ni siquiera el libro que menciono, el cual poseí hace muchos años y nunca llegué a leer. Así permanecen muchos en los libreros de casa, cerrados, mustios, sin decir ni enseñar nada, porque aún no han sido leídos. Sus secretos permanecen intactos, al menos para mí, mientras no logre acceder a ellos o no los deje leídos a medias como me ha sucedido últimamente con varios.
Con la lectura de “La verdad de las mentiras”, se agregan a mi interminable lista de compras o lecturas pendientes, algunos títulos más. Por ejemplo: “Nadja”, de Bretón”; “La condición humana”, de Malraux; “Manhattan Transfer”, de Dos Passos. La relectura de “La muerte en Venecia”, “El lobo estepario”, “Santuario”, “Un mundo feliz”.
Aún sigo por aquí a pesar de tantas dudas. Escribir es para mí como una enfermedad crónica, que a ratos remite, pero luego se recrudece en forma más violenta. No me doy por vencido.
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