La nostalgia se hizo presente como invitada principal de la velada, la música, la luz, su mano estrechando la mía con gran fuerza, con mucha más intensión, a pesar de todos mis esfuerzos e intentos para luchar contra la cantidad de emociones contenidas el llanto se hizo presente, de manera silenciosa, con ese sabor amargo, con ese calor y frio envueltos en unas cuantas gotas ansiosas por precipitarse y caer, evocando esa pasión que me roba el sueño, quería gritarselo, hacerlo notar, pero eso era anclarlo, darle la razón de la cantidad de sentimientos que afloraran como la primavera al verlo partir.

Sentí cuan frágil soy, lo equivocada que estaba al creer que dejarlo entrar sería tan sencillo como dejarlo salir, lo enamorada. Quizás la cantidad de cordura que había perdido, la sensibilidad con careta de fuerza que siempre mostré, esas sensaciones que habían nutrido nuestros días, esos instantes inolvidables que me hacían añorar más, sentir más, dar más.

La confusión me abrumaba tratando de definir estrategias, métodos, tácticas, procedimientos, estimaciones, proyecciones, comportamientos, todo lo que estuviera en mis manos para no añorarlo, necesitarlo, extrañarlo, desearlo, amarlo. No deseaba que fuera consiente, calculador, responsable, respetuoso; lo único que realmente deseaba es que no encontrará semejanza alguna entre lo que soy y lo que había vivido, que me amara con esa inocencia del primer amor, con la devoción y entereza como si fuera el último…