El pacto de la legumbre
Pablo sacó una maleta del armario y fue a la cocina en busca de su madre.
-¿Te vas de viaje, hijo?
-Cuando me abone la deuda, madre.
La mujer frunció el ceño y se puso en jarra.
-¿Qué deuda?
-Esta.
Pablo puso la maleta sobre la mesa y dejó al descubierto su interior.
-¿Qué hacen ahí todas esas lentejas, Pablo?- abrió tanto los ojos que las pestañas le rozaron las cejas-. ¿Qué significa todo esto?
-Mis ahorros, madre. Diez lentejas por cada beso que le di y cien pesetas por cada veinte lentejas acumuladas. Las he contado, madre, y me debe usted un dineral.
La mujer se llevó una mano a la cabeza e hizo memoria.
-¡Será posible! No me lo puedo creer.
-El pacto, madre. ¿Lo recuerda? Tenía diez años cuando se comprometió usted conmigo. Ahora tengo cuarenta y necesito ese dinero.
-¿Has guardado todas esas lentejas desde que eras pequeño para venir a reclamarme el dinero ahora, Pablo?
-Así es, madre. Guardé todas y cada una de las lentejas que me dio a cambio de mis besos. A una tanda de veinte besos por día tendríamos doscientas lentejas diarias que equivalen, según su oferta, a mil pesetas. Haga cálculos sin contar los bisiestos y no se escandalice con el resultado. ¡Si le habré dado besos, madre!
La mujer cayó en la cuenta.
-¡Claro, por eso te empeñabas en darme veinte besos diarios, haragán!- resopló-. Y por eso me pedías que te hiciese lentejas tres veces por semana! ¡Para que nunca me faltase la moneda de cambio!- bufó- ¡Serás ladino!
-Si, madre-repuso ,ofreciéndole la maleta-. Y aunque usted se olvidaba de darme las lentejas tras darle yo mis besos,yo le hurgaba en la bolsita y tomaba lo que me correspondía. Eso si, ni una lenteja de más ni una de menos. Le doy mi palabra de honor.
-No es que lo olvidara, Pablo-se encogió de un hombro- Lo cierto es que no pensé que fueras a tomártelo tan al pie de la letra, hijo.
-Mal, madre, muy mal. En cualquier caso, usted siempre dijo que hay que cumplir con las promesas- sonrió-. Tome, madre. Puede contarlas si quiere, pero aligere, hágame el favor, que en tres días salgo para Londres.
Pablo salió de la cocina tarareando una canción. Su madre hincó la mirada en el suelo, se mordió el labio inferior para acompañar su desaliento y pensó en vender las fértiles tierras que desde hacía ya algún tiempo, venía demandándole el cacique de su pueblo.
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