Hay seres humanos que tienen la penosa facultad de hacernos enojar con extremo e incontenible enojo. Yo creo que eso le sucedió a Dante cuando se le ocurrió La Divina Comedia. Cada uno de nosotros tiene sus propias motivaciones. Yo, por ejemplo, no puedo evitar imaginar a un violador de niños en serie reunido con los padres de los ofendidos en un estadio a puerta cerrada y cada uno con una forma de tortura diferente y cada una más macabra que la otra. Yo me idearía meterle una piña por el culo n veces.
Una amiga lleva más de un mes llorando porque alguien le enveneno su perrito que era la adoración de toda su familia. Yo he visto un perrito agonizando en medio de la via después de ingerir un veneno que alguien le arrojo. Sus ojitos dulces me explicaban implorantes la injusticia del crimen. Mi opinión me lleva a descalificar como ser humano a todo aquel que sea capaz de sentir odio por un perrito o un gatico como para comprar un raticida y engañarlo obligándolo a ingerirlo. Tal ser humano no merece vivir.
En un conjunto residencial un administrador prohibió colocarle agua y comida a los gatos en los pasillos del condominio y conmino a una familia residente para que desocupe por ello. No puede uno pensar que existan esa clase de seres humanos. Que pensaran sus propios hijos de la clase de padre que tienen. Yo con uno así me sentiría como en un lodazal con un insoportable olor a mierda.
Cuando veo en las redes sociales a individuos matando ballenas, delfines o colocando perros y gatos de carnada para pescar siento los peores odios los cuales me llevan a maquinar las peores cosas. Me enervan las corridas de toros y los eruditos bobalicones que se deshacen en loas jurídicas para decir que semejante crimen es un arte heredado de lo más caro de la tradición católica. Imagino a una colección de pedorros bien pagos eructando toda su profunda maldad e ignorancia.