Ya no habrá papel que resista nuestros pensamientos,
esos recuerdos acuñados como sueños y angustias
que en tinta derramada
cobijaran largas noches de impaciencia.
Ya no habrá papel de donde los sentimientos liberados salten y te abracen,
del que cada letra y cada palabra
te acaricie o te punce como alfiler clavado en la piel.
Ya no habrá palabras que se pretendan desvanecer para siempre, cuando alcanzadas por el dolor salado,
desprendido de los ojos hinchados y rojos,
hubiesen resbalado incontenibles hasta aquel refugio del corazón hecho de celulosa.
No podré hacer pedazos ese papel que meciéndose titubeante frente a mí, me reclama la indolencia.
Ya no podré incinerar mis pensamientos prohibidos.
El papel en donde antes guardé pedazos de mi corazón
ha sido remplazado por este rectángulo de luz hipnotizante.
Y la pluma que regara no tinta, sino risas y furia y llanto,
se convirtió en el teclado rígido y sin alma,
en pulsos eléctricos corriendo por las arterias de la máquina, dirigidos a veces por golpes,
a veces por caricias que con torpeza me empeño en infringir a sus cansadas teclas.
Nuestra memoria es suya
y a partir de ahora comparte también nuestras esperanzas.
Solo bastará pulsar un botón para borrarlo todo.
Extrañare esas historias de papel y tinta.