Siempre pensé que la vida es una sucesión de hechos fortuitos y aleatorios, que en una encrucijada impredecible, el azar se haría cargo de la mía para bien o para mal. No buscaba ambicionaba, ni programaba nada, del futuro me sentía inimputable. Pero no es que fuera fatalista, creyera en el destino, el horóscopo, el mal de ojo o el empacho. Nó, solo estaba atento a los hechos que el presente cruzaba en mi camino, un roce, una mirada, una palabra podían convertirse en la aventura que rompiera la rutina de mi vida.
Con esa filosofía tomé el colectivo esa mañana. Como todos los días, subí, saqué boleto y en vez de correrme hacía el fondo, como lo hacía habitualmente, me detuve . En realidad me detuvo una mujer. Sexto asiento a la derecha del lado de la ventanilla. El más hermoso rostro que viera en mi vida. Todo era armónico y bello. Pelo, piel, boca, nariz y lo que más me sedujo, los ojos. El espejo del alma, así decían. Me detuve a una prudente distancia para poder mirarla y disfrutar de esos ojos que hacían un travelling distraído hacia el exterior. Y quedé engordando el ojo, como solía decir mi mujer cuando me trataba de mirón. Por suerte ella no dirigía la vista hacia mí, el pudor no me hubiera permitido sostenerle la mirada. De pronto alzó la vista, se irguió del asiento, me miró a los ojos y con una voz tan dulce como su rostro me dijo. -.- Sientese abuelo.
neco perata
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