El piropo.
Uno entre mil. Tan igual, tan diferente. Con la cabeza gacha por la calentura del estío, pletórico de orgullo, esbelto y sumamente espectacular.
Tan idéntico, pero especial. Sólo era un girasol, al igual que los demás. Pero no quería que su belleza pasase desapercibida, confundido entre los resignados, los marchitos y los que querían pero no se atrevían.
Él tenía arrojo, además de semillas. Y aunque el campo era un lugar tranquilo y apacible donde crecer, vivir allí era lo más parecido a no existir. Y como su belleza era digna de ser observada por todos cuantos tuviesen la dicha de toparse con él, decidió apearse de la hectárea y se estiró hasta dar con sus raíces fuera de la tierra que hasta ese mismo momento, le había servido de sustento.
Caminó durante un rato procurando no alejarse del sol y se detuvo para otear el horizonte. Divisó a lo lejos una vieja carretera rural y esbozó una sonrisa floral de color amarillo.
Cruzó entonces con precaución, se plantó a orilla de la cuneta y empujó hasta hacer que sus raíces tomarán posesión.
Aquello era otra cosa. Cualquiera que pasara por allí, quedaba obligado a reparar en él. Era grande, robusto y tenía agallas. ¿Merecía o no ser contemplado?
Escuchó un ruido de motor a lo lejos. Al poco, un vehículo familiar se detuvo frente a él y de su ventanilla trasera asomó la cabeza de un niño entusiasmado.
-¡Mamá!-exclamó con alarma -. ¡Mira qué girasol más bonito!
-Si, es muy bonito, hijo.
-Quiero llevármelo a casa para comerme las pipas-alegó el niño a la que lo señaló con el dedo índice-. Déjame salir, que voy a arrancarlo.
-Pobrecito, hijo-apuntó la madre- Si lo arrancas de la tierra, se morirá y dejará de ser bonito.
-¿Si lo arranco se morirá?
-Claro, cariño.
-Ah, pues entonces no, que es muy bonito. Vámonos, mamá.
El coche se alejó carretera adelante y el girasol respiró aliviado. Estaba contento y triste a la vez. Había conseguido el tan ansiado piropo, pero estuvo a un pétalo de perder la vida y eso era algo que le puso los pistilos de punta.
Pese a todo, el girasol se olvidó del percance y volvió a estirarse para presumir de todo su esplendor.
Días después, murió despachurrado por la rueda de un camión que iba cargado de melones.
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