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Hace un tiempo narraba la historia del hombre solitario, aquel ser hambriento de palabras y ávido de comunicación. Le perdimos el rastro hace varios meses, lo que me sorprendió, ya que aparecía a menudo con su delgada estampa, frotándose sus enormes manos y dispuesto a darse un festín de recuerdos y sucesos varios que enlazaba como imaginarias cuentas en un también imaginario cordel.

Sabía poco y nada de él, su nombre de pila, que estaba separado y que tenía dos hijos que ya habían entrado a esa edad en que el mundo es mucho más fascinante que las aventuras de su padre. Se estaba quedando aún más solo y esa soledad comenzaba a pesarle como una maldición. En sus probables ensimismamientos fue perdiendo coordinación y sentido y sufrió varias severas caídas que minaron aún más su estampa quijotesca. Lucía encorvado, aún más con esa barba de profeta que se le había desbandado salvaje por sus mejillas. Comenzó a utilizar un jockey sobre su cabeza, acaso para ocultar sus múltiples heridas por lo que al verlo, uno podía imaginar el tremendo vía crucis de este hombre.

Transcurrió el tiempo y en ese devenir se nos quedó atrás su menguada estampa. Pero, cierto día, tomé en cuenta que ya eran varios los meses que no se aparecía en la puerta con sus ademanes caballerosos. De oídas supe que cada día estaba más desmedrado, lo que me producía una pena inmensa.

Fue tan larga y notoria su ausencia que le pedí a un amigo que fuera a la calle donde vivía y tratara de ubicarlo. Así se hizo y un llamado telefónico suyo lo trastrocó todo.

Transcurrió un par de semanas antes que los vecinos se percataran que un olor penetrante emanaba desde una casa vecina. Lo nauseabundo del ambiente les hizo llamar a la policía, la que al cabo de varios intentos logró introducirse a la casa habitación. Allí se encontraron con un cuadro que los sobrecogió tanto, que algunos se persignaron: en su lecho, tan largo y macilento como era en vida, yacía el cadáver de nuestro triste amigo.

Cuentan que fue un ataque cardíaco, Yo creo otra cosa. De seguro que en su negra soledad, don Luis, que así se llamaba este hombre, se animó ante la perspectiva de un encuentro con la parca. De seguro conversaron animadamente y transaron una partida que estableciera que uno no se muere sólo de enfermedades corporales. También se muere de soledad, de ese vacío infinito que se introduce por los huesos para quedarse aguardando el esperado día en que este calvario termine de una vez.

Que en paz descanse, querido don Luis.






















Texto agregado el 04-09-2014, y leído por 307 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
16-10-2014 La soledad habita mas habitaciones de las que quisiéramos, es mas real que la vida misma y mata lentamente, es como un cáncer al alma. Carmen-Valdes
04-10-2014 Soy una solitaria...lo asumo.Pero me niego a que alguien me recuerde con tristeza...bueno,sere optimista.No me gusto este texto que escribiste Gui...pero te dejo estrellitas!!!! ana_blaum
05-09-2014 Es uno de los males de este mundo. Es completamente posible. biyu
05-09-2014 Algunos se mueren de soledad,abandono e indiferencia.UN ABRAZO. gafer
04-09-2014 Has pintado en tus letras la realidad de muchas personas. "También se muere de soledad" ... girouette-
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