RECHAZO MATERNO
(2006)
Cuando Daniel recibió la llamada de su hermana Graciela, preguntándole si podían reunirse en casa de él con su pequeño hijo Víctor para que pasaran juntos el día, le pareció excelente idea y le confirmó que los esperaba a almorzar. Pese a que era domingo, Daniel se levantó temprano y salió a hacer algunas compras para preparar unos espaguetis a la boloñesa. Le alegraba poder pasar el día con su hermana y su sobrino pues hacía varios meses que no los veía y alquiló una película para la tarde. Siempre habían mantenido una buena relación de cómplices y aunque pasaba mucho tiempo sin que se vieran para poder añorar la época de la adolescencia, distante más de una década en la memoria, siempre estaban en contacto telefónicamente.
Durante el almuerzo conversaron de cómo estaba cada uno, pero Daniel no pudo pasar por alto la forma sistemática en que su hermana le contestaba con una negación a todo lo que el niño le pedía, pero se abstuvo de hacer ningún comentario en presencia de su sobrino, un simpático y vivaz niño de nueve años de edad.
Después del postre los hermanos se sentaron a tomar un tinto, mientras Víctor se instalaba frente al televisor para ver la película que había alquilado su tío. Cuando Daniel le preguntó a su hermana por el estado del niño, Graciela cambió la expresión de su rostro y se quedó pensativa por un momento antes de contestar: «yo no sé qué es lo que le pasa a este muchacho» y empezó a tratar de explicarle a Daniel que a pesar de ser un buen niño, de un tiempo para acá lo notaba muy cambiado, desobediente y rebelde y que ya no sabía qué hacer con él. Explicó que desconocía si su comportamiento era a causa de alguna mala influencia por parte de algún compañero del colegio al que asistía o de algún amigo del barrio en donde vivían. Daniel la escuchó con atención y cuando ella hizo una pausa, él concluyó: «ese comportamiento es a causa del rechazo». Graciela salió momentáneamente de su drama y mirando de frente a su hermano le preguntó: «Cómo que del rechazo?». Daniel trató de hacerle una breve explicación de los mecanismos primarios de las personas y que su sobrino estaba reflejando rechazo materno y esa era la causa de su comportamiento. Cuando Graciela se preguntó por qué precisamente a ella le había tocado un hijo con rechazo materno, como si se tratara de una característica genética, Daniel le respondió que no era así y que la responsable era ella misma. No pudo dar crédito a sus palabras, si ella había sido una buena madre que se había sacrificado en muchos aspectos por sacar a su hijo adelante, lo tenía en un buen colegio y nunca había permitido que le faltara nada a pesar de ser una madre soltera, cómo podía ser responsable de que su hijo la rechazara. Daniel se tomó el tiempo necesario para explicarle que no se trataba de eso, que él no podía asegurarle que tener fijación o rechazo fuera bueno o malo para el niño, que simplemente se trataba de una característica que determinaba una línea de comportamiento. Entonces Graciela le preguntó por qué la rechazaba su hijo y Daniel le respondió que no podía ser de otra manera, si todo el tiempo a cualquier requerimiento del niño ella le contestaba que no. De inmediato Graciela trató de justificarse alegando que todo lo hacía por su bien, para educarlo y prepararlo para la vida, que negarse a que comiera dulces o que estuviera jugando todo el tiempo o pedirle que se comportara en la mesa mientras comían eran cosas para su bien, como tratando de deshacerse de una culpabilidad que le resultaba demasiado incómoda. A continuación Daniel le preguntó a Graciela: «Recuerdas cuando éramos niños, cómo era el comportamiento de nuestra madre para contigo?» Graciela guardó silencio mientras trataba de recordar lo disciplinada y enérgica que había sido su madre con ella misma, mientras Daniel recalcaba que en su propio proceso de formación ella había recibido, no solo buen ejemplo, sino muchas enseñanzas de normas y costumbres y que el resultado había sido lo que era ella misma. Que todo ese proceso de educación, de inculcación de valores, había concluido haciendo de ella una persona de bien, con buena salud tanto física como mental, equilibrada, responsable, luchadora, perseverante a la vez que amorosa y tierna y que por ese abanico de virtudes, el precio que su madre había tenido que pagar para conseguirlo, había sido que su propia hija tuviera rechazo materno. Hasta ese instante de su vida Graciela tuvo la oportunidad de concientizar el rechazo que sentía hacia su mamá y solo entonces se pudo responder con objetividad la pregunta que se había hecho durante toda su vida, de por qué su madre había sido tan dura con ella y en ese momento pudo entender y asumir su rechazo materno e iniciar simultáneamente un proceso de amorización hacia su madre.
El día terminó con una caminata por un centro comercial viendo vitrinas y con Daniel comprándole cuanta baratija que veía a su sobrino y con Graciela diciéndole que no le compre, que eso ya tiene, que no malgaste el dinero, que los dulces producen caries, entre las súplicas de Víctor, las negaciones de Graciela y las risas de Daniel.
Mientras caminaban, Daniel repasaba mentalmente lo que había estado conversando con Graciela esa tarde en torno al rechazo. Pensó en el sofisma de que el rechazo era la consecuencia de la falta de energía en los términos en que lo planteaba la teoría, o sea que si Graciela le mezquinaba energía a Víctor el resultado sería rechazo por parte del niño, pero que a la vez ese rechazo en el niño era consecuencia de que Graciela lo hubiera rechazado primero a él y a causa de ese rechazo era que le negaba la complicidad requerida para que el niño se hubiera fijado a la madre y mientras concluía el día familiar entre el continuo empuje de su sobrino y el permanente intento de refrenarlo por parte de su hermana, se marcó en su rostro una leve sonrisa de satisfacción al comprobar de nuevo en la vida practica la precisión con que se ajustaba una teoría a los hechos cotidianos.
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