Personaje: Un espectro
Lugar: Un faro
Género: Absurdo
Rutinas de familia
La familia se reunió como todos los días al atardecer, en la planta baja de la única casita en el pequeño islote junto al faro. El, un hombre alto de unos cincuenta y algo, con ojeras muy marcadas por las noches de vigilia como farero, preocupado siempre por el haz de luz que no puede fallar, muy disciplinado efecto de su formación militar. Ella corpulenta y musculosa, por las caminatas y las escaladas entre las rocas para ir a pescar de madrugada, el hijo de unos seis años, delgaducho como el padre, algo diferente, un poco ido, quizás por el aislamiento en que ha vivido toda su vida.
Los tres se miran y compiten por quien sacará primero todas las espinas de su congrio frito, luego al unísono estornudan, se levantan y en fila india salen a otear el horizonte del atardecer. El sonido de la radio les pone en alerta y corren a la sala de emisiones en el faro.
La tormenta deja caer los primeros gruesos goterones, de un vendaval que como cada noche arrecia el desolado y rocoso islote, las olas se ven salvajes y gigantescas. Ya en el faro, el hombre vigila la luz y satisfecho ocupa una de las tres silla alrededor del transmisor. Conectado al aparato, una inmensa antena metálica cruza el ambiente extendiendo sus brazos férreos a través de los tragaluces.
Ninguno habla, quietos y esperando lo que pasará. La horas corren lentas, cada dos o tres minutos, primero la madre se levanta y gira en torno a su silla, luego sube sobre ella, el hombre hace lo mismo mientras ella ocupa su asiento sin más, solo el niño no repite la danza, los mira en silencio y golpea las palmas de sus manos, en un aplauso rápido y rítmico.
Afuera la tormenta recrudece, un rayo cae haciendo vibrar la antena, el golpeteo de manos del chico aumenta de velocidad, la madre y el padre retroceden sus cuerpos hasta tocar sus espaldas contra la fría pared del faro, la descarga eléctrica enviada desde el cielo provoca una reacción estridente en el transmisor, que emite sonidos casi grotescos y vibra al ritmo del aplauso, hasta que una sombra ecléctica emerge del aparato, tomando formas antojadizas y espectrales, hasta alcanzar el tamaño y forma de un ente fantasmal oscuro, transparente como el humo, con ojos hendidos que proyectan un fulgor amarillento y cansino.
Los padres se vuelven a sus silla, ella saca huevos cocidos de uno de sus bolsillos y él una botella de vino del interior de su chaqueta, la que se pasan por encima del chico que solo aplaude.
La extraña forma levita hasta situarse frente al muchacho quien ahora aplaude cada vez más lento, danzando alrededor del espectro, que a ratos lo envuelve en su manto oscuro, el baile continúa por un rato, el niño mira a la aparición por un largo instante y se pierde en las brasas amarillentas de esos orificios que se suponen ojos, le sonríe, bosteza y en silencio se aleja a un rincón y se duerme. El espectro se mueve y gira recorriendo todo el lugar, ululando sin voz, buscando a quien mirar, los padres beben las últimas gotas de vino, ella toma una manta de debajo de una de las sillas, arropa al chico, el padre lo toma en brazos y caminan hasta la casita donde le dejan en su cama, ella suspira , se va a las rocas donde está su bote y se adentra en el mar, el se abriga de nuevo y vuelve al faro, sube la escalerilla y se apronta a pasar la noche vigilando el océano.
El espectro incólume observa su apariencia en el reflejo de la ventana, se toma los bordes de su esencia como si fuera una falda y gira sobre sí mismo varias veces, dando vueltas como un remolino de viento negro, salpicando reflejos con sus ojos candentes, hace una reverencia y se despide, se deja llevar por un haz de luz de un relámpago, mientras que un trueno lo atrapa, salpicando su eléctrica esencia hacia el universo, convirtiéndolo en nada, después, ya no hay tormenta, todo es silencio y oscuridad, solo la luz del faro que se pasea sobre el mar y a lo lejos se escucha el eco de la bocina de un barco. |