Muchos piensan que soy una persona amargada porque no me gustan los días de lluvia. El cielo nublado, las calles llenas de pozas y el frio constante me ponen de mal humor. Los amantes de la lluvia no me entienden y yo tampoco los entiendo a ellos. No hay nada más desagradable que ir caminando con el pelo mojado, la ropa pegada al cuerpo y los pies húmedos porque el agua penetró en los zapatos y empapó los calcetines. Usar paraguas para evitarlo no sirve, porque mi torpeza impide ocuparlo correctamente. El viento siempre se las arregla para cambiar la dirección de la lluvia y dejarme más mojada que el paraguas mismo.
En los días de lluvia siempre pasan cosas malas. Y si no pasan es porque uno se quedó en la casa encerrado, deprimiéndose mientras la ventana va quedando marcada con las gotas que caen. Peor aún si es que el reproductor de música tira en aleatorio un tema de Radiohead. Ahí si que es para ponerse a llorar y cortarse las venas mientras la ciudad continua inundándose.
Los días de lluvia me ponen triste, más triste de lo normal. Soy una persona que ya en estado normal es sensible y llora por todo, pero los días de lluvia elevan exponencialmente mi nivel de tristeza y lloro más que la nube misma.
Lloro al recordar cosas del pasado que salieron mal y lloro cuando me doy cuenta que no puedo volver en el tiempo a cambiarlas. Lloro cuando estoy estresada y no se qué hacer, porque botar lágrimas es botar la angustia que tanto atormenta. Lloro en la noche al irme a la cama para quedarme dormida más rápido y tener sueños donde no lloro. Lloro al pensar en los logros que no he alcanzado y lloro aún más cuando pienso que nunca podré lograrlos. Lloro cuando me acuerdo de mis ex y los momentos lindos que pasamos juntos (y de los malos mejor ni hablar, porque lloro con más intensidad aún). Lloro al sentirme sola, cuando no hay comida en la cocina y hora de almorzar, cuando rompo algún objeto que atesoro mucho o mancho mi ropa al voltear una taza de café. Lloro cuando me siento perdida, cuando no me sale bien un verso o se me acaba la tinta antes de terminar una frase. Lloro cuando pienso que lloro por todo. Lloro de pena, de angustia, de soledad… y a veces, y sólo porque soy una llorona muy llorona, también lo hago cuando estoy inmensamente feliz. Pero sobre todo lloro en los días de lluvia, porque hay alguien más que me hace competencia botando lágrimas, sólo que ellas dan alegría a los amantes de la lluvia y yo sólo me hago a mi misma llorar aún más.
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