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Sonaron siete en punto las campanas.
Corrió las pesadas cobijas, miró el reloj y bajó sus pies de la cama.
EL frío del ambiente recorrió sus piernas y le hizo tiritar.

Se irguió y crujió bajo sus pies el viejo piso de roble.

Avanzó tanteando las paredes hacia el baño y sin pensarlo se metió bajo la ducha, abrió solo la canilla de agua caliente y estuvo un buen rato bajo ella, luego de imprevisto con un brusco movimiento cerró el grifo y abrió impetuosamente el grifo de agua fría.

Había escuchado a su maestro de primaria decir que luego de una buena ducha caliente era bueno para la circulación una ducha helada.

Aunque su cuerpo se resistía a esta tortura se sometía a este calvario hacía mas de 40 años.

Por mas que había intentado dejarlo, cuando lo hacía extrañaba la sensación del agua fría sobre su piel ardiente y el tiritar de sus dientes mientras el agua recorría todo su cuerpo.

Luego de este para el , reconfortante baño se puso su esponjosa bata de baño, unas mullidas pantuflas color carmesí que heredó de abuelo y bajó lentamente las viejas escaleras de roble que separaban las dos plantas de la casa.

Se acercó lentamente a la cocina y sobre una rústica mesada de color ladrillo algo desordenada y llena de platos vasos y copas sucias hizo un lugar para la jarra de la máquina de café.

Retiró la tapa de la máquina, que también era una herencia de su abuela Susan, limpió el filtro tirando por el fregadero el café viejo, lo enjuagó en la canilla la cual al abrirla hizo que todas las cañerías se estremecieran con un intenso rechinido.

Pensó para si, un día estallarán estas tuberías y se sonrió para sus adentros.

Tomó un tarro rojo con una carita sonriente dibujada donde guardaba el café, vertió 4 cucharadas generosas en el filtro y lo puso en la máquina, la encendió y se quedó parado frente a ella mirando como comenzaba a borbotear el agua mientras iba goteando sobre el fresco café.

Hacía esto cada día, le gustaba observar estos fenómenos domésticos y además percibir el profundo aroma del café que invadía toda la cocina.

Mientras hacía esto se acariciaba su suabe barba compasadamente pensaba que estas cosas sencillas eran las que le daban sabor a la vida.

Sintió crujir tras de si los escalones y tomó una taza más del estante que estaba frente a el.

Buenas tardes dijo sonriendo a una dulce joven de ojos café y melena negra que caía hasta la mitad de la espalda.

Mnnfggg refunfuño la chica que estaba descalza y solo lleva una vieja camisa roja de tartán que le pertenecía a el.

Se acercó hasta su cuello y le propinó un apasionado beso.

Natally era la vecina de la casa adjunta, el la encontró un día en el pórtico llorando desconsolada porque había terminado con su novio, le invitó a pasar y bebieron juntos una botella de ron añejo.

Desde ese día Natally venía a dormir con a su casa todas las noches.
Ella le decía que estaba enamorada de el....el decía que se lo prohibía, si se enamoraba debía ser de un joven de su edad de veinte y tantos años como ella.

Solía refunfuñarle mientras le acariciaba el pelo, ya soy un mausoleo de cariño algún día cerraré las puertas.

Ella le sonreía mientras jugaba con su barba blanca.

El intenso aroma a café, el crujir de la escalera de roble y el frío intenso de la mañana traen a ambos dulces e intensos recuerdos.

Texto agregado el 30-08-2014, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
30-08-2014 Buenas descripciones de gratos momentos. agostina
 
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