Estaba obsesionado con el pasado. No así con el pasado de su infancia, ni con el de la infancia de su abuelo, ni con la de su tatarabuelo.
El pasado de un niño de diez años no era suficiente pasado para él. Lo que realmente anhelaba, era el tiempo de los dioses, de los inventores y de los piratas. Tanto le daba un gladiador sobre arena de circo que un estereotipado caballero andante que confundía molinos de viento con gigantes. Lo mismo le servía un príncipe a caballo que el asalto a mano armada de un sin par bandolero sustrayendo las monedas y las joyas de los ocupantes de una diligencia.
Daría lo que fuere por montarse en una cuadriga, por subirse a lomos de un unicornio o por ver a un dragón escupir fuego por la boca.
Era fantástico. Pese a las epidemias, a la escasez y a la luz de los candiles o del fuego de las hogueras, aquel pasado que siempre imaginó tintado de niebla, era todo un señor pasado. Porque las brujas surcaban los cielos sentadas en sus escobas, porque los monstruos del lago apenas se dejaban ver, pero casi nadie ponía en duda su existencia y porque los hombres se batían en duelo para defender la tan preciada honra de las mujeres ofendidas.
Qué decir de los bufones, de los majestuosos titanes, de las forjas, de los motines a bordo de los navíos y de los héroes que rescataban princesas luchando contra viento y marea.
Tal era su entusiasmo, que corrió hacia el jardín e irrumpió en el taller de su abuelo, quién trataba de enderezar una pieza de metal a golpe de paciencia y de martillo,
-¿Qué te ocurre, Andrés? ¿A qué esas prisas?
-Abuelo...¿tú estuviste en el pasado?
-Si claro-el hombre se secó el sudor de la frente con la palma de la mano- Ya lo creo.
-¿Y viste alguna vez un dragón?
-¿Un dragón, dices?- agitó la cabeza y sonrió con ternura-. --No, Andrés. ¿Tan viejo me ves?
-¿Y un titán de esos de piedra que dan tanto miedo?
-Tampoco.
-¿Cómo construíais los arietes? ¿Y los castillos? ¿A cuántas princesas rescataste? ¿Viste alguna vez un pirata? ¿Comiste con algún faraón? ¿Viste de cerca a un elfo? ¿Te asaltó un bandolero? ¿Te batiste en duelo por la abuela? Cuéntame, abuelo. Quiero saberlo todo.
El hombre se sentó sobre su banqueta, resopló con humor y enterró las pequeñas manos de su nieto entre las suyas.
-Mi pasado no alcanza a tanto, Andrés. El pasado del que tú hablas es de siglos atrás. Por aquel entonces, yo ni siquiera existía ¿entiendes? No puedo contarte nada acerca de lo que me preguntas porque no estuve en él.
La luz entusiasta que momentos antes refulgía en los ojos castaños del niño, se desvaneció como una estela de humo frente a una corriente de aire.
-Oh, vaya- chistó con decepción-. Es una pena, abuelo.
-Si que lo es, hijo.
De repente, el niño pegó un brinco y sonrió feliz.
-¡Ya lo tengo, abuelo!
-¿Ah, si? ¿Y qué es lo que tienes, Andrés?
-La forma de vivir en el pasado. Lo vi en una película y sé que tú también puedes hacerlo.
-Dime pues, hijo.
-Fábrica una máquina. ¡Una máquina del pasado!
-¿Cómo dices?
-Si, abuelo. Tú fábricas cosas y lo haces muy bien. Fabrícame una máquina del pasado y así podré ir. Anda abuelo, fabrícame una máquina del pasado, que tengo muchas ganas de ir. Por favor, por favor, por favor...
El hombre sonrió.
-Estás de suerte, hijo, porque la máquina de la que me hablas, ya existe.
-¿Ah, si?
-Por supuesto que si.
Aunque el niño no dio demasiado crédito a las palabras de su abuelo, su mirada volvió a encenderse.
-¿Y dónde está, abuelo? ¡Yo quiero verla!
-Ven conmigo entonces.
El hombre cogió de la mano a su nieto y lo condujo al interior de la casa. Pudo sentir la emoción del niño rezumando por todos y cada uno de los poros de su piel.
-¿Y con esa máquina podré ir donde quiera, abuelo?
-Donde quieras, hijo.
-¡Qué bien! Lo primero que voy a hacer es ir a Egipto, y después a Roma, y después a China. Ah, también quiero ver a Drácula, a Rómulo y a Remo y al pirata Barba Azul.
-A quién quieras, hijo. A quien tú quieras.
Atravesaron de la mano primero el vestíbulo y después el salón.
-La tienes bien escondida ¿eh, abuelo? Porque yo no la he visto nunca. ¿Dónde está?
El hombre se detuvo frente a una puerta corredera y miró a su nieto con gesto cómplice.
-Tras esta puerta, hijo.
El niño frunció el ceño y le devolvió a su abuelo una mirada dubitativa.
-¿En el despacho de papá?- se rascó la sien-. ¿La máquina está en el despacho de papá, abuelo? Pero si yo he estado en su despacho muchas veces y nunca la he visto.
El abuelo abrió la puerta corredera y señaló al frente.
-Ahí la tienes, hijo. Súbete a ella y viaja al pasado sin necesidad de tener que moverte de casa.
-Pero si eso es la biblioteca, abuelo. ¡Estás tonto!-se soltó de la mano de su abuelo y se cruzó de brazos enfadado.
-¿Recuerdas aquel día que íbamos paseando por el campo buscando setas y nos encontramos una cría de gorrión tirada en el suelo?
-¡Si! No tenía plumas y era casi transparente. Pobrecito.
-¿Recuerdas cómo llorabas porque decías que no querías que le pasara nada malo?
-Claro, abuelo. Me dio mucha pena. Era tan pequeñito...
-¿Y qué te prometió el abuelo?
-Que dejase de llorar, porque ibas a encargarte tú de que saliera adelante.
-¿Y cumplí mi palabra?
-Si. Cuidaste de él y cuando le salieron las plumas le enseñaste a volar.
El abuelo asintió con la cabeza y después habló.
-Y cuando el pequeño gorrión se sintió capaz, levantó el vuelo y fue en busca de una pareja con la cual formar una familia a la que amar y proteger.
-Si. Ahora será tatarabuelo o más- El niño miró a su abuelo con incertidumbre- ¿O no. Abuelo?
-Si, claro que si.
-Pues sí tú lo dices, tendrá que ser verdad.
-Pues al igual que lo del gorrión, el abuelo te asegura que esta biblioteca es una precisa, estupenda y fascinante máquina del tiempo. Escoge uno, léelo y viaja.
El niño escrutó el arsenal de libros cuidadosamente ordenados en los estantes de la biblioteca y resopló.
-Los libros son un rollo, abuelo. Yo me leo los libros del colegio y no viajo a ninguna parte.
-Porque no es lo mismo, Andrés. Los libros del colegio también son estupendos porque te enseñan muchas cosas y te preparan para que un un futuro seas alguien en la vida - acarició la pequeña cabeza de su nieto-. Pero estos libros que aquí ves, hablan de dragones, de titanes y de piratas. ¿No es eso lo que querías?
-¡Si!
-Pues confía en el abuelo una vez más, coge uno de esos libros y prepárate para viajar incluso a la luna.
-¿A la luna también, abuelo?
-Y al centro de la tierra.
-¡Hala, qué bien!
-¿Me dejas que te escoja yo el primero?
-¡Si!
El hombre tomó un libro y sé lo tendió a su nieto.
-Aquí tienes. La vuelta al mundo en 80 días. Léelo y verás.
-Gracias, abuelo.
Andrés se acomodó en la butaca de su padre y se dispuso a leer. Veinte años después, no sólo leía, sino que además escribía con la misma pasión que empleaba para embarcarse en cada una de sus lecturas.
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